Así seguimos viajando por diferentes lugares, disfrutando cada momento. Tadeo resultó ser un guía increíble, y gracias a él descubrí muchas cosas que jamás había vivido, nuestro viaje se volvió cada vez más dulce y alegre.Cuando íbamos rumbo a otro destino turístico, vi frente a la entrada del aeropuerto a un hombre que parecía un lobo sin hogar. En cuanto me vio, se le aguaron los ojos.—Aitana, te he buscado tanto… ¡por fin… te encontré! —dijo con la voz ronca y la garganta seca.Por un instante ni siquiera lo reconocí. Le respondí, algo molesta:—¿Nicolás? ¿Qué haces aquí? —pregunté, sorprendida. En estos días había estado viajando sin quedarme mucho en un mismo lugar, y aun así había logrado encontrarme.—Aitana, ¡Aitana! —repitió varias veces, con los ojos llenos de esperanza. Pero yo, seguí empujando mi maleta.Él, persistente, me siguió, me agarró la mano con fuerza y me abrazó, estaba desesperado.—Aitana, ten un poco de compasión conmigo. Te fuiste de mi vida sin decir nada.
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