Paloma se sobó la mejilla y miró a Nicolás sin poder creerlo. No entendía cómo él, que siempre la había tratado tan bien, ahora estaba furioso y se había atrevido a pegarle. De repente, se puso pálida. ¿Acaso Nicolás había descubierto lo que ella había hecho? Y sí, él le mostró el video de las cámaras de seguridad.
—¿Por qué quisiste lastimar a Aitana? ¿Por qué escondiste una serpiente venenosa en la caja de regalo? Además, esa maldita serpiente casi la mata. ¡Paloma! —dijo.
Nicolás estaba furioso, tanto que no se dio cuenta y le apretó muy fuerte del cuello. Paloma forcejeó sin parar; la cara se le puso roja y luego morada, hasta que él la soltó y la dejó caer en el sofá.
Quedó ahí tirada como una muñeca rota, hasta que empezó a toser sin parar, como si se le fuera a salir el alma por la garganta. Llena de miedo, se arrastró hasta los pies de Nicolás, temblando y suplicando.
—Nicolás, me equivoqué, perdóname, te lo ruego. Hazlo por lo que hemos vivido desde que éramos niños… y por el