Tras saber que Natalia era su hija, Alejandro no tenía cabeza para otra cosa que no fuese el cómo era que su vida estaba hecha un desastre. Él siempre se había jactado de qué sabía controlar todo lo que estaba a su alrededor para que se hiciera tal cual él quería, pero ahora, en su vida personal, existían dos mujeres que habían venido a cambiarlo todo.
Tras esforzarse por pensar en otra cosa, Alejandro terminó yendo a la oficina, por el momento no había nada que pudiera hacer, era más de medio día, por lo que sabía que, si se apresuraba a llegar, podría ver a su hijo antes de que fuese a la cama.
Al llegar a la oficina, encendió su ordenador y llamó a casa de Eva, tras dos intentos, la llamada fue atendida por Eva, quien lucía cansada.
- Eva… ¿Está Augusto aún despierto? -preguntó tranquilamente Alejandro.
- No, él acaba de irse a la cama, estuvo esperando tu llamada, pero al final el sueño acaba de ganar. -dijo Eva, un tanto sería. – Alejandro, solo quiero que quede claro que, si le