9. Besos de azúcar
Emilia Díaz
El auto se detuvo suavemente en el estacionamiento del antro. Desde el interior, las luces neón parpadeaban con intensidad, tiñendo la noche de tonos vibrantes de azul, púrpura y rojo. A lo lejos, se escuchaban los graves retumbantes de la música electrónica que escapaban por las puertas entreabiertas.
Esteban salió primero y, con un gesto elegante, abrió la puerta de mi lado, extendiendo su mano para ayudarme a bajar. Sus dedos eran cálidos contra mi piel, pero su expresión permanecía seria.
—¿Estás enfadado? —pregunté con cautela, sin soltar su mano, buscando su mirada en la penumbra.
Él me observó por un instante antes de sonreír con ternura. Se inclinó lentamente, rozando su nariz con la mía antes de besarme en los labios con suavidad.
—¿Cómo podría enfadarme contigo, Emm? —susurró, depositando otro beso, esta vez más profundo, mientras me atraía hacia su cuerpo con delicadeza.
Por instinto, le rodeé el cuello con los brazos, correspondiendo su beso con la misma intens