46. Montengro
Álvaro Duarte
Cuando desperté, ya no estaba amarrado.
Me incorporé lentamente sobre la cama, sintiendo mis extremidades entumecidas. El cuerpo me pesaba.
Por la pequeña ventana de apenas cuarenta centímetros entraba un rayo de luz intensa.
El medicamento que me inyectaban me mantenía sedado. Era como si nunca tuviera fuerzas para nada.
A veces me preguntaba si Emilia aún pensaba en mí. Si alguna vez miraba al vacío y me recordaba.
También pensaba en Mara. En la empresa.
Todo se había ido al carajo.
Me lo habían arrebatado todo.
Era como estar muerto en vida.
Esto no era un hospital. Era una tortura lenta.
…
Me encontraba sentado frente a la doctora en nuestra supuesta “terapia” de rutina.
—Álvaro, háblame un poco de tu vida —me pidió con voz paciente—. Tal vez así pueda ayudarte mejor.
Hice una mueca. La misma promesa vacía de siempre.
—Después de esto —continuó— te prometo hacer un nuevo diagnóstico de tu enfermedad. Pero necesito que me demuestres que no estás enfermo de esquizofre