Álvaro Duarte
Nunca pensé enamorarme tanto de una mujer.
Al punto de perder la cordura por ella.
Emilia no era cualquier mujer. Era la mujer que amaba, la única que había amado desde el momento en que sus ojos oscuros se encontraron con los míos. Su mirada me atravesó como un dardo silencioso, y sus mejillas, suaves y sonrojadas, me recordaban a un durazno maduro. Dulce. Perfecto. Irresistible.
Y ahora era de otro.
El motor del auto rugía sobre el asfalto mientras Gael conducía por la carretera federal rumbo al norte del estado.
Mis pensamientos me acribillaban la mente.
Emilia se casó con Esteban.
Lo había hecho para salvarme de la cárcel, para impedir que mi vida terminara pudriéndose entre rejas. Pero no podía dejar de pensar en lo que eso significaba.
Se entregó a él.
Se acostó con él.
Y ahora llevaba en su vientre un hijo suyo.
La rabia trepaba por mi pecho como un incendio, quemándome desde dentro.
Esteban Cazares.
El hombre que nos arruinó la vida.
El mismo que plantó una trampa