42. Una promesa

Emilia Díaz

Decidí hacer un sacrificio.

Siempre fue él. Ahora lo recordaba con claridad.

Cuando mamá y yo llegamos a la residencia de los Duarte, él fue lo primero que llamó mi atención. Su mirada me hipnotizó, y al mismo tiempo, me llenó de miedo. Era un completo desconocido para mí, pero su presencia me impactó de una forma que, en aquel entonces, no supe comprender.

La noche, antes de marcharse al extranjero, lo escuché gritarle a mamá.

"Tú jamás sustituirás a mi madre."

Sus palabras quedaron grabadas en mi memoria, como un eco del resentimiento que albergaba en su interior. En ese momento, entendí que no nos quería allí.

Pero ahora lo sabía… Álvaro nunca se fue por voluntad propia. Lorenzo lo había enviado lejos.

Aquel día en que se marchó, nos cruzamos en el pasillo. Yo salía de mi habitación cuando él tropezó conmigo. Me observó con sus ojos oscuros entrecerrados, con esa expresión que oscilaba entre el desdén y la diversión.

—No te acostumbres, niña… No te quedarás aquí para si
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