Christa Bauer
Mientras ayudaba a retirar las bandejas vacías que hace unas horas estaban llenas de comida, pensé en el forastero que había conocido. Santiago Sandoval... Era un nombre de protagonista de telenovela. Suspiré.
Tal vez algún día lo volvería a ver. No lo sabía. O quizá, cuando me fuera a estudiar a la Capital, lo encontraría de nuevo.Marcelo y Greta se marcharon casi al anochecer, en una de las camionetas que mi padre les había prestado. Irían de luna de miel a Cuatro Ciénegas, un pueblo a unas horas de Montenegro pero con paisajes muy bellos. Pasarían una semana allí, después regresarían a su casita del rancho, trabajarían y tendrían hijos.
Al pensar en eso, me quedé inmóvil. Todo de pronto me pareció tan... aburrido.
Sus vidas no serían emocionantes. La mayor ilusión y meta de Greta siempre había sido ser madre. Pero en cambio, yo... a veces, cuando nadaba en las aguas de la laguna, me preguntaba:¿Y después qué? ¿Ahí se acababa la vida? ¿Qué había de divertido después del matrimonio?Siempre había soñado despierta viendo las telenovelas en la pequeña televisión en blanco y negro que tenía mi abuela en la sala de estar. Me sentaba junto a ella por las tardes, viendo a los protagonistas de esas historias: gente importante, de ciudad, de negocios… trajeados, con ropa elegante, como recordaba a Santiago, con su pantalón blanco, camisa celeste y saco azul marino.
Era curioso que me sintiera atraída hacia ese mundo, siendo que, al mismo tiempo, me encantaba vivir aquí, en el rancho.
¿Se podrían tener las dos cosas al mismo tiempo?Mi mayor temor era terminar casada con algún chico de la zona, amigo de Fred.
De solo pensarlo, todo mi cuerpo se estremecía.Cuando terminamos de ordenarlo todo, ya era pasada la medianoche.
Mi abuela y Fred se habían ido a dormir. Caminé hasta el dormitorio de mis padres para darles las buenas noches. Sonreí cuando mi madre me dio un beso en la mejilla. Tal vez ahora que Greta no estaba, podríamos ser más cercanas.Mi padre me acompañó hasta la puerta de mi dormitorio. Recibí su beso tierno en la mejilla. Lo abracé.
—Te quiero mucho, papá. —También te quiero, mi cielo —me respondió, estrechándome en sus brazos—. ¿Te gustaría dar un paseo a caballo mañana? —¡Me encantaría! —solté con emoción. —Bien, te despertaré a las cinco. Asentí.Rápidamente me puse el pijama y me metí entre las sábanas. Pensé en Santiago. No podía despegar su recuerdo de mi cabeza.
Pensé en él, en sus lindos ojos y en sus labios carnosos… hasta que me quedé dormida.…
El primer hijo de mi hermana llegó al mundo nueve meses después de la boda. Mamá había llamado a un doctor que vino desde Montenegro; la asistieron en casa. Todo salió bien. El bebé tenía la piel blanca —herencia de la familia— y el cabello negro como Marcelo. Era tremendamente tierno, con unos cachetes rechonchos y una sonrisita que te derretía con solo verlo. Mis padres eran los más felices del mundo.
Ese mismo mes, Fred terminó el bachillerato. Papá estuvo insistiendo para que se matriculara en la universidad, pero él desistió. Dijo que se quedaría a trabajar en el rancho, que no veía por qué perder el tiempo en una escuela para "riquillos" si aquí el rancho ya nos daba todo lo que deseábamos.
Después, escuché a mamá decirle a una de sus amigas que Fred no había querido dejar el rancho porque estaba saliendo con una chica de Montenegro, hija de una familia acomodada de ejidatarios. Como a mamá le agradaba la idea, decidió apoyarlo.
A mí, en cambio, me pareció un error que Fred no aprovechara la oportunidad de salir al mundo, de conocer otras cosas fuera del pueblo, de ir a la ciudad a estudiar. Yo esperaba con ansias terminar el bachillerato.
Suspiro. Antes solía pasar muchas tardes pensando en Santiago, pero ahora, con el nacimiento de mi pequeño sobrino y la amistad que había hecho con Margarita, ya casi no tenía tiempo para pensar en él. Ahora era solo un vago recuerdo. Él jamás regresó. De vez en cuando le preguntaba a Bruno si sabía algo sobre él, pero me decía que era el señor Ignacio quien los visitaba en la Capital, pues los padres de Santiago eran médicos muy importantes y no tenían tiempo para venir a Montenegro.Por mi parte, ese verano lo pasé casi todas las tardes en la pequeña casa de Margarita. Ya habían construido en un pedazo de tierra que su padre les había dado un pequeño cuartito con baño. Su casa era humilde, pero vivían felices porque era suya, hecha con su esfuerzo.
Bruno no permitió que Margarita siguiera trabajando en mi casa, pero una tarde se nos ocurrió una grandiosa idea. Recordé que la madre de Margarita, una vez, había hecho unos dulces muy sabrosos para una de las reuniones de mamá con sus amigas. Eran de leche de vaca hervida hasta espesar, con higos, frutos secos y nueces. Eran deliciosos.
Le pregunté a Margarita si ella sabía hacerlos. Me dijo que sí. Entonces le pedí a mi papá si me podía regalar medio costal de nueces. Después de que me dijo que sí, monté a caballo y fui emocionada hasta la casa de mi amiga.
—¡¡Maggie!! —grité desde afuera.
Estaba emocionadísima.Ella salió asustada.
—¿Pasa algo, Christa? ¿Estás bien?Yo llevaba una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Sí! Traje muchas nueces que mi papá me regaló. ¡Se me ocurrió una idea increíble para ti!—¿Qué? —preguntó con los ojos brillando de curiosidad.
—¡Vamos a hacer dulces para vender!
El rostro de mi amiga se iluminó.
—¿Pero qué dices? ¿Dónde los venderemos? Tu mamá te matará si sabe que me estás ayudando...Negué con la cabeza.
—Nosotras no los venderemos. Solo los haremos. Quien los va a vender es Bruno, en la gasolinera. Además, él va a muchos ranchos y locales a dejar pedidos. Todos tienen dinero y son buenos clientes.—Sí, él podría venderlos —dijo con timidez.
—¡Pues hagamos la prueba! Si me enseñas cómo se hacen los dulces, puedo venir después del bachillerato a ayudarte.
—Gracias, Christa —me abrazó emocionada.
—Además, papá me estará regalando nuez. El rancho nos da toneladas… unos cuantos kilitos que desaparezcan no harán la diferencia —guiñé un ojo, divertida.
En la primera tanda de dulces salieron poco más de cien, y Bruno los vendió en menos de cinco días. Los tres estábamos felices.
—Son los mejores dulces que he probado. A Margarita le encanta esta idea de seguir con la tradición de su familia. Ellos saben hacer dulces típicos de la región —comentó Bruno.
—¿Y por qué tu mamá nunca los vendió? —pregunté con curiosidad.
—Mi abuela lo hacía, tenía una pequeña tienda frente a la plaza principal de Montenegro… pero eso fue hace muchos años.
Asentí, pensativa.
—Podríamos ponerles un nombre a los dulces. “Dulces Típicos de Montenegro”, sería como un distintivo —sugerí.Ambos sonrieron y asintieron. Les gustaba la idea.
—Eres buena ideando negocios, te irá muy bien cuando te vayas a la Capital a estudiar —dijo Margarita.
Sonreí.
—Me gusta todo esto de los negocios. Algún día quiero ayudar a papá y a Fred a administrar el rancho. Amo los animales, pero también me agradan los números. Tal vez cuando regrese de estudiar podríamos poner nuestra propia tienda… ¿te imaginas? Hacer de los dulces de Montenegro un producto famoso.—Sí, pero primero hay que empezar por el principio —dijo Bruno—. Mis clientes me están comprando de manera recurrente. Un señor me compró casi treinta para llevárselos a su familia que vive en Estados Unidos.
—Eso es un buen comienzo —afirmé con orgullo.
—Nos irá bien —dijo Margarita.
Y así comenzó el negocio donde los tres seríamos socios.