34. Destinos separados
No sabía si bajar de mi caballo, mis piernas temblaban. Al igual que aquella vez, parecía un deja vu, pero no lo era, él caminó hacia mí, pero esta vez era diferente porque su rostro era serio y sus facciones gélidas. No podía dejar de ver esos ojos oscuros, hipnotizantes, que hacían que sintiera un cosquilleo en mis partes íntimas.
Tragué saliva, me armé de valor y bajé. Tampoco era aquella niña inocente que conoció en aquel entonces, después de haber recibido tanto dolor en mi vida, sentía que no era la misma persona, pero muy en el fondo, mi corazón seguía acelerándose frenéticamente cada vez que nos veíamos.
—Hola —lo saludé, decidí ser yo quien rompiera el hielo entre los dos.
—Christa… —soltó al mismo tiempo que inhalaba una bocanada de aire.
Santiago me miró fijamente mientras su pecho subía y bajaba con lentitud, como si intentara calmarse. Había algo en su expresión que me heló por completo; decepción, mezclada con una tristeza profunda que parecía atravesarme como una daga.