¿Qué Que pasa cuando el destino gira a favor del amor?Esta es una historia de dos jóvenes que iniciando sus carreras y con los corazones rotos, se cruzan frente a frente y emprenden un viaje de amor, para saber si ies realmente el destino o una casualidad el haberse conocido y sonreído haciendo que un hilo rojo de vidas pasadas se activara! Un hilo del que se puede hablar, enredar pero jamás cortar. Sofía viaja a una ciudad desconocida con la esperanza de un futuro mejor. Rayan, endurecido por la traición, se sumerge en su carrera militar, convencido de que no hay espacio para el amor en su vida. Sus caminos aún no se han cruzado. Pero el destino tiene una forma extraña de entrelazar almas que, sin saberlo, están destinadas a encontrarse. Y cuando lo hagan, ni Sofía ni Rayan volverán a ser los mismos.
Ler maisSofía Martínez
Mi nombre es Sofía, y esta es mi historia: un camino trazado por la esperanza y el desencanto, por la ternura y la decepción. Es la historia de una mujer que se atrevió a creer en el amor y que, tras haber sido herida, encontró en sí misma la fortaleza para seguir adelante, sin dejar de creer que el destino ya está escrito y que el dolor es parte del aprendizaje. —————❤️————— Hace algunos años atrás , lleve una relación con la ingenuidad de quien cree haber encontrado su destino en otra persona. Al principio, todo era perfecto: mensajes inesperados que iluminaban mis días, largas conversaciones nocturnas llenas de risas, promesas que parecían inquebrantables. Creí en cada palabra, en cada gesto, en la ilusión de un futuro juntos.. Pero con el tiempo, la relación dio un paso a la indiferencia, la ternura se tornó frialdad y el amor que creía inmutable comenzó a desvanecerse como arena entre los dedos. Al principio, intenté ignorarlo. Me repetía a mí misma que eran simples altibajos, que todas las relaciones pasan por momentos difíciles. Pero las señales eran cada vez más evidentes. Las conversaciones se volvieron escasas y superficiales; las sonrisas, forzadas; los silencios, incómodos. Había días en los que apenas nos dirigíamos la palabra, noches en las que dormíamos sin saber el uno del otro, sintiendo la distancia de un abismo entre nosotros. Yo intentaba rescatar lo que quedaba, aferrarme a los fragmentos de lo que una vez fue. Pero el amor no es una batalla que se pueda ganar sola y tampoco es algo a lo que uno debe aferrarse. Cuando finalmente reuní el valor para acabar con una relación que me marchitaba el corazón, sentí que me rompía en mil pedazos. La soledad me envolvió con un manto pesado y frío, haciéndome cuestionar mi valía. Me preguntaba si no había sido suficiente, si el problema había sido yo. Pero el tiempo, en su infinita sabiduría, me enseñó una verdad innegable: el amor no debe doler, no debe reducirte ni hacerte dudar de quién eres, el verdadero amor te hace mejor. En medio de mi reconstrucción, encontré apoyo en alguien inesperado: el Dr. José. Había sido mi profesor en el último año de la universidad, un hombre brillante y apasionado por su trabajo. Siempre lo admiré por su inteligencia y disciplina, pero fue su humanidad lo que terminó por cautivarme. Nuestra amistad floreció en momentos de vulnerabilidad. Con él aprendí a verme con otros ojos, a reconocer mi propio valor. Me impulsó a redescubrirme, a perseguir mis metas sin miedo. Gracias a él, volví a creer en mí. Hoy es mi último día en su consultorio. Aquí di mis primeros pasos en el mundo profesional, pero ahora es momento de avanzar. He conseguido una entrevista en un hospital de renombre en una ciudad grande y desconocida. Estoy nerviosa, pero también emocionada. Me visto con esmero: un pantalón negro moderno y una camiseta de rayas blancas y negras que estiliza mi figura. Mi cabello liso cae con naturalidad sobre mis hombros y un maquillaje sutil resalta mis facciones. Unas bailarinas beige complementan mi atuendo, junto con un cárdigan negro por si el clima decide sorprenderme. Con la maleta lista para tres días, me despido de mi hermana y salgo de casa con el corazón latiendo con fuerza. Sin embargo, el tiempo juega en mi contra. Llego al consultorio con diez minutos de retraso, pero me apresuro a poner todo en orden antes de marcharme. Al terminar mis tareas, me detengo frente a la ventana. El día es hermoso, perfecto para viajar. Con una taza de café en la mano, sonrío con esperanza. Hasta que miro la hora. ¡Dios mío! Son las 11:40 a.m. Si no salgo ahora mismo, perderé mi vuelo. Tomo mis cosas y salgo corriendo con la adrenalina impulsando mis pasos. La falta de taxis me obliga a caminar dos cuadras bajo el ardiente sol, sintiendo cómo la ansiedad crece en mi pecho. Pero justo cuando empiezo a temer lo peor, un taxi se detiene frente a mí. El destino, parece, aún está de mi lado. Sonrió al pensar como el universo gira a mi favor. Rayan Sotomayor Mi nombre es Rayan Sotomayor y pertenezco al ilustre ejército de mi país. Con solo 24 años, he alcanzado el rango de subteniente, un logro que me llena de orgullo. He dedicado mi vida a la disciplina, al honor, al sacrificio. Pero nada de eso pudo prepararme para la traición que destrozó mi corazón. Han pasado seis meses desde que descubrí que la mujer a la que amaba esperaba un hijo que no era mío. Recuerdo el momento con una claridad desgarradora. Caminaba por la capital del país, cuando un fortuito encuentro con pun amigo, con una sonrisa sincera, me felicitó por el embarazo de mi novia. Mi mente se quedó en blanco. La noticia me golpeó como un balazo en el pecho. Dennis vivía en un pequeño pueblo al sur del país, donde había jurado esperarme. No nos habíamos visto en ocho meses debido a mi formación militar, una etapa que exigía distancia y sacrificio. Entonces, ¿cómo podía estar embarazada? La respuesta era obvia. Demoledora. Sonreí, fingí alegría, pero por dentro sentí cómo mi mundo se derrumbaba. El dolor era insoportable, una herida que se abría sin piedad dentro de mí. Esa noche, la llamé. Necesitaba escuchar su voz, confirmar con sus propias palabras la traición que ya intuía. Ella contestó con la misma dulzura de siempre. —Amor, ¿cómo estás? ¡Te extraño tanto! Una risa amarga se escapó de mis labios. ¿Cómo podía mentir con tanta facilidad? ¿Cómo podía pronunciar esas palabras sabiendo lo que había hecho? —Estoy mejor que nunca —respondí con ironía. Quería ver hasta dónde era capaz de llegar con su farsa. Quería escucharla intentar sostener su mentira, tal vez para convencerme, o quizás para convencerse a sí misma de que no había hecho nada malo. —Siento que algo pasa, amor — me dijo con voz baja. A lo largo del tiempo que compartimos, ella llegó a conocerme con una profundidad inquietante, esa que solo se alcanza cuando el alma se desnuda ante otro ser. Era perspicaz y no tardó en notar que algo dentro de mí no estaba bien. No tenía sentido prolongar lo inevitable. Inspiré profundamente, tratando de contener la rabia que hervía en mi interior, y solté la verdad con una frialdad que hasta a mí me sorprendió. —Hoy me encontré con Pablo por casualidad —dije, modulando mi voz con un tono neutro, carente de emoción. — En nuestra conversación, mencionó lo bien que te encuentras. El silencio al otro lado de la línea se prolongó por unos segundos que me parecieron eternos. Sentí su nerviosismo en la forma en que su respiración se volvió errática, en la vacilación de su voz cuando, intentando disimular, preguntó: —Que bueno, amor¿Te dijo algo que te haya dejado en ese estado tan serio con el que me hablas? Su intento torpe de evadir la verdad me irritó profundamente. ¿Cuántas veces más intentaría verme la cara de tonto? ¿Cuánto más pensaba prolongar su farsa? Algo dentro de mí se quebró en ese instante, la paciencia que con tanto esfuerzo había sostenido finalmente se extinguió. —Sí, Dennis, me dijo algo bastante interesante —solté con ironía, apretando los puños. —Me felicitó por tu embarazo. Cuatro meses, ¿verdad? Cuatro meses ocultándome la verdad de lo que estaba pasando contigo, pues sabes tan bien como yo que ese bebé no es mío. Las palabras escaparon de mi boca con la fuerza de un disparo, cargadas de rencor, de decepción, de un dolor que se clavó en mi pecho como una daga afilada. Al otro lado de la línea, un sollozo ahogado rompió el silencio. Su respiración se entrecortó, en un acto desesperado comenzó a suplicarme perdón. Me ofreció una historia torpe y desordenada, una versión de los hechos que se tambaleaba con cada palabra. Me dijo que el padre del bebé era su exnovio. Según ella, una noche salió con sus amigas, quienes, en complicidad con él, la embriagaron hasta el punto de hacerla caer en su trampa. Escuché su relato con el ceño fruncido, debatiéndome entre la incredulidad y el desconcierto. ¿Era posible? Quizás. ¿Era cierto? No podía asegurarlo. Lo único que sabía con certeza era que en el pequeño pueblo donde ella vivía, los rumores sobre su cercanía con su exnovio nunca se habían disipado. Mi instinto me gritaba que no debía creerle. Con el corazón hecho pedazos, me aferré a la poca dignidad que me quedaba y, con voz firme, pronuncié las palabras que marcarían el fin de todo. —Dennis, esta relación ha llegado a su fin. Sé feliz… Yo intentaré hacer lo mismo. No le di oportunidad de responder. No quería más excusas, más mentiras, más intentos de manipulación. Antes de que pudiera replicar, colgué la llamada. Ese día, el dolor que sentí fue insoportable. Era un vacío en el pecho, una presión constante en el alma, una agonía silenciosa que me carcomía desde adentro. Me acerqué a la ventana mientras hablaba con ella. Afuera, la lluvia caía con furia, oscureciendo la ciudad con su manto gris. Cada gota que golpeaba el cristal parecía reflejar la tormenta que rugía en mi interior. La escuché tantas veces decir que me amaba, que no podía esperar a verme de nuevo. Cerré los ojos, inhalé profundamente y sentí cómo mi corazón se endurecía. El hombre que era antes de esa llamada murió esa noche. En su lugar, nació alguien más fuerte, más frío. ¿Cómo sobreviví? Fácil. Nada que dos botellas de tequila, tres fines de semana sumido en bares oscuros y cinco cajas de cigarrillos no pudieran curar. Aunque, si soy sincero, no lo curaron. Solo anestesiaron el sufrimiento, lo acallaron temporalmente, hasta que la resaca y el humo disipado me recordaban que el dolor seguía ahí. No es que quisiera autodestruirme, pero en ese momento no encontré otra forma de lidiar con la herida que me consumía. Desde entonces, decidí no volver a enamorarme. El amor solo traía sufrimiento, y yo no estaba dispuesto a permitir que me destrozara de nuevo. Desde ese día, he enfocado cada gramo de mi ser en mi carrera. El amor es una distracción peligrosa, un lujo que ya no estoy dispuesto a permitirme. No era exactamente la vida que había soñado, pero encontrar satisfacción en el servicio a mi país fue suficiente para seguir adelante. El destino, caprichoso y burlón, aún tiene planes para mí. Y aunque ahora pienso que el amor es una debilidad, hay encuentros que tienen el poder de cambiarte.Rayan Sotomayor Los días que siguieron en Ciudad G estuvieron colmados de una ilusión serena, casi mágica. Era como si el destino, finalmente complacido, comenzara a escribir con tinta dorada las nuevas páginas de nuestra historia. Cada amanecer traía consigo la promesa de que los fantasmas del pasado serían borrados con la fuerza de un presente luminoso, uno que se tejía con cada mirada cómplice, con cada risa compartida entre Sofía y yo. Poco después, regresamos a nuestra rutina para retomar nuestros trabajos, conscientes de que aquello sería solo transitorio. Juntos habíamos tomado una decisión: una vez casados, comenzaríamos de nuevo lejos del caos, en la ciudad que me vio nacer. Un rincón de tierra serena, rodeado de montañas y cielos limpios, donde el tiempo parece transcurrir más despacio, como si quisiera saborearse. Ambos deseábamos lo mismo: una vida tranquila, lejos del ajetreo que nos robaba el alma poco a poco en la ciudad. Nuestra boda se realizaría en su ciuda
Rayan Sotomayor El reloj marcaba las 11:58 cuando recibí el mensaje que confirmaba que Sofía acababa de llegar al aeropuerto. Mi corazón latía con fuerza, no por los nervios comunes de un viaje, sino porque sabía que estábamos a punto de cruzar un umbral que cambiaría nuestras vidas para siempre. Yo ya me encontraba dentro del avión. No era un vuelo comercial cualquiera. Con esfuerzo, planificación, ayuda de algunas influencias y algo de dinero, logré reservarlo exclusivamente para nosotros. No era un capricho, era una declaración. El amor no merece menos que una entrega absoluta. En complicidad con su hermana, me aseguré de que Sofía llegara justo a tiempo, sin sospechar lo que le esperaba. Ella no tenía idea de lo que estaba por suceder. Quería sorprenderla. Quería regalarle un recuerdo imborrable. No había una fecha especial ni una razón externa… solo amor. El amor en su forma más pura y desbordante. Desde el interior del avión, revisé por última vez los detalles: los gira
Rayan Sotomayor El tiempo con Sofía volaba. Cada día junto a ella era un suspiro que se escapaba demasiado rápido, como si el universo mismo intentara recordarme que la felicidad, cuando es verdadera, siempre se siente breve. Las vacaciones estaban a la vuelta de la esquina, y yo no podía estar más emocionado por lo que estábamos planeando: viajar juntos a la ciudad natal de Sofía… la ciudad donde nuestras almas se reconocieron por primera vez. Ella tenía una ilusión tan viva en los ojos por reencontrarse con sus padres, y para mí, esa visita también tenía un significado especial. Era la primera vez que ellos me conocerían, y aunque sabía que no debía ponerme nervioso, deseaba con todo mi ser que vieran en mí al hombre que su hija merecía. Que percibieran cuánto la amaba, cuánto deseaba cuidarla y construir un futuro a su lado. En más de una ocasión, Sofía y yo habíamos hablado de casarnos. De dejar atrás la capital, mi trabajo como militar y mudarnos a un lugar más tranquilo,
Rayan Sotomayor Habían pasado ya tres meses desde que Sofía y yo empezamos a vernos con regularidad. Todo fluía con la serenidad de una marea tranquila, sin prisa, sin presión… solo el suave vaivén de dos almas que se reconocen y se redescubren en cada mirada, en cada silencio cómodo, en cada pequeño gesto cotidiano. Nos habíamos besado un par de veces, sí. Pero aquellos besos no fueron simples roces de labios, sino promesas veladas. Eran besos que hablaban de futuro. Fue entonces cuando supe que el momento había llegado. Esa certeza que te sacude por dentro, como si el universo entero se alineara para darte una oportunidad única. Y yo… yo no estaba dispuesto a dejarla pasar. Pensé en la playa. No una cualquiera. Había una, no muy lejos de la ciudad, donde el viento acariciaba en lugar de empujar, donde el mar parecía guardar secretos y donde la arena era tan suave que caminar descalzo era un placer que te obligaba a sonreír. Allí la llevé en nuestra segunda salida, y por a
Rayan Sotomayor Esa noche, al dejarla en la puerta de su departamento, nos despedimos sin promesas. Le sonreí con calma y ella, antes de entrar, se acercó para darme ese beso en la mejilla que me dejó fuera de combate durante horas. El camino de regreso a mi departamento fue un viaje silencioso, no por la falta de palabras, sino por el exceso de pensamientos. Iba sumido en un remolino de emociones que se agitaban como hojas en otoño. Había sido, sin lugar a dudas, uno de los días más mágicos de mi vida. Y no porque estuviésemos en una montaña o frente a un lago escondido, sino porque la tenía a ella. A Sofía. Un simple beso en la mejilla bastó para hacerme sentir como un adolescente atrapado en su primer amor. Lo gracioso fue que empecé a reírme solo, como un idiota feliz, recordando su risa, sus gestos exagerados cuando se burlaba de mis frases románticas, y esa manera en la que me miraba… como si intentara descifrarme, aún con cautela. Y pensé: tal vez el secreto no es enco
Sofía Martínez Hoy era sábado. Uno de esos días absurdamente hermosos que parecen sospechosos por tanta perfección. El sol brillaba con descaro.. Eran exactamente las 9:00 a.m. y yo, Sofía, despertaba con un pequeño enjambre de mariposas hiperventilando en mi estómago. Nervios. Muchos nervios. Después de tantos años , sí, años de haber conocido a Rayan, hoy íbamos a tener nuestra primera cita oficial. La séptima vez que lo veía, pero la primera en que el aire cargaba con esa expectativa indiscutible… ¿esto es una cita-cita, verdad? Me preguntaba mirándome al gran espejo de mi habitación. Mientras me arreglaba, pensamientos del pasado se colaban sin permiso. Recordé aquel primer encuentro en el avión, su sonrisa torcida, la conexión instantánea. Fue tan poco lo que compartimos… y al mismo tiempo, tan potente. A veces pienso que lo nuestro fue como una chispa: breve, intensa, y con potencial de incendio forestal. Y claro, también recordé cuando se fue. El tipo se despi
Último capítulo