47. Epílogo
Rayan Sotomayor
Los días que siguieron en Ciudad G estuvieron colmados de una ilusión serena, casi mágica.
Era como si el destino, finalmente complacido, comenzara a escribir con tinta dorada las nuevas páginas de nuestra historia. Cada amanecer traía consigo la promesa de que los fantasmas del pasado serían borrados con la fuerza de un presente luminoso, uno que se tejía con cada mirada cómplice, con cada risa compartida entre Sofía y yo.
Poco después, regresamos a nuestra rutina para retomar nuestros trabajos, conscientes de que aquello sería solo transitorio.
Juntos habíamos tomado una decisión: una vez casados, comenzaríamos de nuevo lejos del caos, en la ciudad que me vio nacer. Un rincón de tierra serena, rodeado de montañas y cielos limpios, donde el tiempo parece transcurrir más despacio, como si quisiera saborearse. Ambos deseábamos lo mismo: una vida tranquila, lejos del ajetreo que nos robaba el alma poco a poco en la ciudad.
Nuestra boda se realizaría en su ciuda