43. Mariposas de Amor
Rayan Sotomayor
Esa noche, al dejarla en la puerta de su departamento, nos despedimos sin promesas. Le sonreí con calma y ella, antes de entrar, se acercó para darme ese beso en la mejilla que me dejó fuera de combate durante horas.
El camino de regreso a mi departamento fue un viaje silencioso, no por la falta de palabras, sino por el exceso de pensamientos. Iba sumido en un remolino de emociones que se agitaban como hojas en otoño. Había sido, sin lugar a dudas, uno de los días más mágicos de mi vida. Y no porque estuviésemos en una montaña o frente a un lago escondido, sino porque la tenía a ella. A Sofía.
Un simple beso en la mejilla bastó para hacerme sentir como un adolescente atrapado en su primer amor. Lo gracioso fue que empecé a reírme solo, como un idiota feliz, recordando su risa, sus gestos exagerados cuando se burlaba de mis frases románticas, y esa manera en la que me miraba… como si intentara descifrarme, aún con cautela.
Y pensé: tal vez el secreto no es enco