Su compañera

Maverik la jaló bruscamente cuando tropezó con una raíz.

—Concéntrate en caminar —le gruñó.

—No tienes que tratarme como si fuera una prisionera.

—Lo eres.

Katherine apretó los dientes, la humillación ardiéndole en la garganta. Lo odiaba por esa frialdad, pero al mismo tiempo cada roce de su mano firme en su brazo la hacía sentir atrapada en un torbellino imposible de controlar. Entonces llegaron a la que parecía ser la casa de la manada de Maverik pero no entraron por la puerta principal.

Dos machos que custodiaban la puerta la observaron con curiosidad pero abrieron paso para que tanto ella como Maverik entraran. 

Él no la soltó guiándola en silencio hasta que se detuvieron frente a una habitación que parecía lejana, oculta de las otras.

Katherine lo miró con suspicacia mientras que él abría la puerta.

—¿Por qué me traes aquí, Maverik?

Él apretó la mandíbula sin verla.

—Te lo dije, aún no decido qué hacer contigo. Entra, ahora.

Ella finalmente obedeció a regañadientes.

Por un momento pensó que Maverik se iría y la encerraría allí, pero para su sorpresa entró justo detrás de ella viéndola con intensidad.

Él cerró los ojos, intentando acallar el rugido de su lobo interior.

—Aquí nadie te verá —dijo.

Katherine recorrió el lugar con la mirada, un hogar amplio pero frío.

—¿Piensas… encerrarme? —preguntó con un hilo de voz.

Él no respondió pero era obvio.

Ella dio un paso hacia él, retando su furia con la suya propia.

Lo odiaba por hacerla sentir pequeña… y lo deseaba más por eso mismo. Era una contradicción que la destrozaba.

—¿Y mientras tanto? 

—No me provoques, loba. Si supieras cuánto me cuesta no tomarte ahora mismo…

Katherine tembló bajo el peso de sus palabras que encendían la esperanza en su interior.

—Entonces no te contengas.

Maverik abrió los ojos y lo que ella vio en ellos la hizo jadear. 

Deseo puro, indomable.

Pero en el último segundo, él se apartó, dándole la espalda.

—No. No serás mi debilidad.

El silencio se extendió entre ellos cargado de tensión. Katherine apretó los puños, con lágrimas amenazando sus ojos.

—Si piensas mantenerme aquí como prisionera al menos sé honesto contigo mismo. Yo no soy tu debilidad. Soy tu compañera.

Él se giró con un gruñido, avanzando hacia ella de nuevo.

—¡Basta!

La sujetó por los hombros, sus labios a solo centímetros de distancia de los suyos.

—No uses esa palabra conmigo.

—¿Por qué? —preguntó ella, mirándolo fijamente—. ¿Por qué te da miedo aceptar lo que sientes?

Ella nunca se había permitido ser tan atrevida pero ahora mismo ella no se sentía como ella misma. Su voz temblaba,  estaba aterrada de él, de su fuerza, de lo que podía hacerle. Pero más le aterraba desear que la reclamara allí mismo.

Él respiró hondo, la rabia y la pasión mezclándose en su pecho.

Él la sujetó del mentón con fuerza, obligándola a mirarlo.

—No siento nada.

—Mientes —susurró ella.

Katherine contuvo la respiración.

—Entonces demuéstralo...

Su reto sonó peligroso, atrevido e irresistible para él.

Maverik cerró los ojos y con un rugido bajo volvió a besarla, más intenso que antes, como si quisiera grabarla en su piel. Su beso no fue un juramento, fue una condena. Y Katherine, temblando contra él, la aceptó sin dudar.

Aunque él no quisiera admitirlo, ella siempre había imaginado que era su compañera y después del primer beso, solo pudo confirmarlo.

—No sabes lo que hiciste —afirmó en un tono posesivo sin soltarla.

Su lobo rugía dentro de él, exigiendo marcarla. Pero él se negaba, luchando contra el instinto que lo traicionaba

—Lo sé. Y tú también lo sabes —afirmó ella mirándolo a los ojos.

Algo dentro del macho vibró en reconocimiento, sin embargo, él no podía reclamarla. No aún. No frente a todos.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP