Será mía

—Soy Katherine.

—No pregunté tu nombre. Pregunté qué eres.

—Soy… una loba.

Para su sorpresa él la tomó de la barbilla, sus labios estaban a centímetros de distancia.

—Yo… perdí mi don —balbuceó.

—Una loba sin don no es nada —Sus palabras fueron cuchillas pero en sus ojos había un brillo hambriento que las contradijo.

Él pasó un pulgar por encima de sus labios y Katherine contuvo el aliento.

‘’Él nunca me ha mirado así…’’

—Tiemblas, loba. ¿Es miedo… o es deseo?

—¡Ninguno! —espetó ella más rápido de lo que pensó.

Él soltó una breve risa áspera, una carcajada grave que erizó su piel, dejando que su mano se deslizara de su barbilla hasta su garganta. No la apretó, solo dejó que el peso de su poder la rodeara.

Las mejillas de Katherine se enrojecieron violentamente.

—Mentir es un arte que no dominas —Su pulgar rozó su pulso, notando lo acelerado que estaba—. Tu cuerpo te delata.

El aire se tensó y de repente él se inclinó sobre ella y atrapó sus labios en un beso abrasador. Katherine jadeó sorprendida, pero no lo rechazó. Su cuerpo reaccionó antes que su mente, sus manos se aferraron a la tela de su camisa, como si al soltarlo pudiera perderlo para siempre.

Maverik gruñó en lo profundo de su garganta, un sonido salvaje mezcla de rabia contenida y deseo animal.

‘’¿Qué demonios estoy haciendo? Es una extraña....’’

Pero el vínculo rugía en su interior quemándole las entrañas, exigiendo contacto, cercanía, posesión.

Katherine, en cambio, se dejó llevar. El beso la atravesó como una revelación. 

‘’Él me ama aquí… en este tiempo. Tal vez nunca me odió. Tal vez… puedo cambiarlo todo.’’

Él se separó bruscamente, como si acabara de despertar de un trance peligroso.

—Esto… no debió ocurrir —dijo con voz ronca apartándose violentamente.

Katherine lo miró con los ojos brillantes aún respirando con dificultad.

—¿Por qué me besaste entonces?

Él frunció el ceño, incapaz de responder de inmediato.

—Porque tu aroma… 

Apretó la mandíbula callando lo que estaba a punto de confesar.

Ella sonrió con timidez, aferrándose a esa rendija de esperanza.

—Es el vínculo… lo sientes igual que yo. Creo que somos compañ…

—No lo digas —gruñó.

Maverik la observó con dureza, como si quisiera negarlo, pero él también lo sospechaba. La tomó del brazo con brusquedad, casi con desesperación.

—Ven conmigo.

—¿A dónde? —preguntó ella confundida.

Él no respondió.

El contacto de su mano era firme era casi posesivo. 

La sacó de la cabaña y la noche se cerró sobre ellos como un manto espeso. Katherine apenas alcanzaba a seguirle el paso, pero la calidez de su piel contra la suya le impedía quejarse.

—Maverik… —intentó decir pero él la interrumpió.

—No hables. No me provoques más.

El silencio se llenó con el crujir de las ramas bajo sus botas, el murmullo lejano de la manada en los bosques y el sonido agitado de la respiración de ambos.

Katherine levantó la mirada hacia su perfil. En la penumbra, su rostro parecía tallado en piedra, duro y hermoso, con los labios aún húmedos por el beso que habían compartido.

—¿Qué me harás? —preguntó al fin.

Él giró apenas la cabeza clavando su mirada intensa en ella.

—Lo que decida que mereces.

La amenaza colgó en el aire, pero en su interior Maverik se odiaba por cada palabra, no entendía la contradicción de sus pensamientos y emociones.

‘’Quiero matarla. Quiero marcarla. Quiero poseerla. Quiero olvidarla. Maldita sea, ¿Qué me pasa? ¿Quién es esta hembra?’’

Lo que ninguno de los dos sabía era que no estaban solos.

Entre las sombras, más allá del borde del sendero, un par de ojos azul hielo se encendieron como brasas.

Su cuerpo enorme estaba agazapado entre los matorrales, el pelaje negro fundido con la oscuridad. Apenas se movía. Sus pupilas seguían cada paso de Katherine.

No en el Alfa.

En ella.

La hembra.

Su cabello oscuro caía sobre los hombros, iluminado en mechones por la luna. Sus labios aún temblaban, los ojos verdes. El lobo desconocido ladeó la cabeza, fascinado. Había visto muchas lobas antes, pero ninguna como ella. Algo en su fragilidad, en ese caminar delicado lo atraía como un imán imposible de resistir.

‘’Hermosa. Rota. Perfecta.’’

Maverik caminaba delante, cubriéndola, protegiéndola como si fuera un tesoro. El lobo gruñó bajo, apenas un murmullo contenido en la garganta. 

No era celos todavía, era deseo. 

Un deseo crudo, animal, que le nublaba el juicio.

Cada movimiento de la hembra era registrado con atención, el vaivén de su respiración, la curva de su cuello expuesto bajo la sombra del bosque, el temblor leve en sus manos. Su belleza sobrenatural era una provocación.

El lobo lamió sus colmillos.

‘’Será mía.’’ Declaró sin testigos. ‘’Aunque tenga que arrancársela a Maverik con mis propias manos.’’

Ella levantó la cabeza un momento con el corazón latiendo rápidamente. 

Un escalofrío le recorrió la nuca y de repente sintió una sensación extraña, intensa, atractiva.

—¿Nos… siguen? —preguntó en voz baja.

Maverik no se giró.

—Si lo hicieran, ya estarían muertos.

La respuesta seca no la tranquilizó. 

El aire alrededor vibraba con una tensión extraña, como si los árboles mismos la observaran. Apretó los labios, luchando contra el miedo. Había crecido entre lobos, sabía distinguir cuando alguien la acechaba. Y esa sensación era demasiado real.

El lobo negro contuvo un gruñido. 

Podía oler su miedo… y también su deseo reprimido. El contraste era exquisito, lo excitaba.

‘’Siénteme aunque no me veas… Reconoce a tu macho, porque ni Maverik podrá salvarte de mí.’’

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