Los dos hombres chocaron las copas y el sonido metálico resonó más de lo necesario.
Katherine sintió el pulso en su garganta.
No sabía si temblaba por rabia, por miedo o por la presencia de ambos.
Cassian se inclinó hacia ella mientras las conversaciones retomaban su curso a la hora de la cena.
Todos parecían satisfechos con lo que habían hecho, ya habían firmado aquella ley que Cassian había permitido.
El macho la guiaba entre los invitados y ella debía seguir fingiendo obediencia, casi sumisión y eso no le gustaba nada.
Más aún porque aunque la ira estuviera aún dentro de ella su cuerpo seguía respondiendo a él.
Cada vez que Cassian se inclinaba para susurrarle algo, su respiración se aceleraba, cada vez que su mano rozaba su espalda desnuda, un estremecimiento la recorría.
Y Cassian, como si lo supiera, jugaba con el filo de esa tensión.
—Te tiemblan las manos —murmuró sin apartar los ojos de ella.
—No sé de qué hablas.
Maverik observaba desde la distancia, el vaso vacío en la man