Nuevamente en problemas

Capítulo 5 – Nuevamente en problemas

La noche había caído como un manto espeso sobre las calles del distrito universitario. La niebla, densa y húmeda, se deslizaba entre los árboles y faroles, apagando poco a poco los sonidos de la ciudad.

Lyra y Nora caminaban lado a lado, apresuradas, sus pasos resonando en la vereda empedrada.

—¿Ves? No era tan tarde —dijo Nora, ajustándose la bufanda—. Si nos apuramos, llegaremos antes de que cierren la residencia.

Lyra asintió, aunque algo en su interior se agitaba con un mal presentimiento. No era solo el viento ni el silencio inusual: era la sensación de ser observada.

Un escalofrío le recorrió la nuca.

El eco de pasos detrás de ellas la hizo girar. Nora se sobresaltó.

Nada.

Solo sombras.

—¿Otra vez con eso? —preguntó Nora, rodando los ojos—. Te juro que como vuelvas a asustarte por una ardilla, te dejo sola.

Lyra forzó una sonrisa.

Pero su instinto no mentía.

Había peligro. Estaba segura.

Dieron vuelta en la esquina y allí estaban: dos hombres altos y robustos apoyados contra una camioneta negra, fingiendo fumar. El humo se mezclaba con la neblina, ocultando sus rostros.

Uno de ellos alzó la vista y sonrió. Fue suficiente para que Lyra se tensara.

—Nora… —susurró.

—Lo sé. No me gusta esto —respondió la otra, bajando la voz.

Caminaron más rápido.

Los hombres también.

Y entonces, todo se desató.

El primero las alcanzó en tres zancadas. Un brazo fuerte se cerró en torno a la cintura de Lyra. El otro la tomó por el cuello, cubriéndole la boca con un trapo empapado en un olor dulce y metálico.

Nora intentó gritar, pero el segundo hombre ya estaba sobre ella.

—Tranquilas, muñecas —dijo el de barba rala, el mismo que Selene había contratado—. Solo será un momento.

Lyra forcejeó, pateó, arañó, pero el líquido que inhaló comenzó a nublarle la mente.

El mundo giró, y las luces de la calle se disolvieron en un torbellino de sombras.

Cuando despertó, el aire olía a humedad y óxido.

Parpadeó varias veces antes de entender dónde estaba. Un galpón. Paredes de metal corroído, una bombilla parpadeante colgando del techo y el sonido distante de gotas cayendo sobre el suelo.

Sus manos estaban atadas detrás de la espalda. Nora yacía a su lado, inconsciente.

El miedo se mezcló con una oleada de rabia.

Intentó moverse, pero una punzada en el cuello la detuvo. Recordó la presión de la aguja mientras se desvanecía.

Recordó las voces.

Y entonces los vio: los dos hombres de antes, de pie junto a una mesa cubierta de herramientas oxidadas.

—Te dije que no le pusieras tanto —gruñó uno, mientras el otro reía.

—Bah, solo un poco. Igual no van a despertar tan pronto.

Lyra cerró los ojos, fingiendo estar todavía bajo el efecto del sedante.

El corazón le golpeaba el pecho como si quisiera escapar antes que ella.

—¿Y ahora qué? —preguntó el más joven—. ¿Las dejamos por ahí o… nos divertimos un rato?

—Sería un desperdicio no hacerlo. Después de todo será la última vez para ellas.

La sonrisa que siguió fue un cuchillo.

Lyra tragó saliva. Sabía lo que eso significaba.

Y sabía que no podía permitirlo.

Con un movimiento casi imperceptible, tanteó las cuerdas que la sujetaban. No estaban tan ajustadas como creía. Si lograba aflojar el nudo…

Pero antes de hacerlo, una vibración sutil recorrió el aire.

Un cambio de presión, como si el ambiente contuviera la respiración.

El más corpulento se detuvo.

—¿Escuchaste eso?

—Nl escuché nada. Estás paranoico.

Sin embargo, Lyra lo había sentido también.

Una energía distinta, casi eléctrica, que se deslizaba por el suelo.

Y entonces, el pestillo de la puerta chirrió.

—¿Qué demonios…? —alcanzó a decir uno de ellos.

Y fue entonces cuando la puerta se abrió de golpe.

El viento entró como un rugido.

Y en el marco, recortada contra la oscuridad, apareció una silueta alta e imponente.

No dijo palabra.

Solo avanzó.

—¿Quién eres, imbécil? ¡Esto no te concierne! —gritó el de barba.

El intruso no respondió, solo se limitó a caminar hacia ellos con paso medido, casi imperceptible.

El siguiente sonido fue seco, brutal: un cuerpo golpeando el suelo.

Lyra aún aturdida alzó la vista justo a tiempo para verlo moverse.

No era humano.

O, al menos, no se movía como uno.

Era demasiado rápido, demasiado preciso.

El aire se llenó del sonido de huesos rompiéndose, de gritos que se apagaban antes de terminar.

Uno de los atacantes intentó huir, pero su cuerpo fue arrojado contra la pared como un muñeco de trapo.

El otro, jadeante, alcanzó a sacar un cuchillo.

—¿Qué eres? —escupió, retrocediendo.

El hombre de negro se detuvo un segundo, la luz temblorosa de la bombilla reflejándose en sus ojos… ojos que brillaban con un matiz antinatural, una mezcla entre el ámbar y el rojo.

—Soy el que va a demostrarte que haber puesto tus manos sobre ella, fue tu peor error —susurró.

El cuchillo cayó.

El silencio volvió.

Lyra temblaba. No sabía si de miedo o alivio.

El extraño se acercó, arrodillándose frente a ella.

Su rostro estaba parcialmente cubierto por la sombra, pero sus rasgos eran inconfundibles.

—Tú… —murmuró, con la voz quebrada—. Eres tú.

Elián levantó la vista.

Por un instante, la dureza de su expresión se suavizó.

—No debiste estar aquí, Lyra.

Su voz tenía algo imposible de describir: grave, profunda, casi como si no perteneciera del todo a este mundo.

Lyra sintió que las lágrimas se acumulaban en sus ojos.

—¿Por qué siempre apareces cuando… cuando todo se rompe?

Él no respondió.

Cortó las cuerdas que la sujetaban con un movimiento rápido y luego se volvió hacia Nora, que comenzaba a recobrar la conciencia.

—¿Qué… quién eres? —preguntó ella, tambaleándose mientras intentaba ponerse de pie.

—Alguien que estaba por aquí cerca —dijo Elián, sin apartar la mirada de Lyra.

Nora lo observó con recelo.

—¿De dónde lo conocés, Lyra?

Lyra dudó.

¿Cómo explicarlo?

¿Cómo poner en palabras la certeza irracional de que aquel hombre —aquel ser— había estado protegiéndola en cada momento que lo necesitó?

—La noche del antro, cuando te marchaste… —susurró—. El tipo que quedó conmigo quiso aprovecharse, y él, Elián intervino y me rescató.

Nora arqueó las cejas, incrédula.

—¿Qué? ¿Por qué no me lo contaste? —espetó Nora, Lyra se encogió de hombros sin darle una respuesta.

Elián se incorporó, ignorando el comentario. Caminó hacia la puerta, y su voz se volvió un susurro cargado de advertencia:

—No vuelvan por este camino. Eviten andar por donde es peligroso.

Lyra quiso agradecerle, pero algo en su mirada la detuvo.

Era como mirar un abismo: hipnótico y peligroso.

—Elián… —pronunció su nombre como si al hacerlo invocara un recuerdo antiguo.

Él se volvió solo un segundo.

—Cuídate, Lyra.

Y se marchó, deslizándose entre la niebla como una sombra que nunca había estado allí.

Cuando las sirenas se escucharon a lo lejos, Lyra y Nora seguían en el galpón, aún temblando.

La policía nunca encontró a los atacantes.

Solo rastros de sangre, huellas imposibles de identificar, y el testimonio incoherente de dos chicas que juraban que un extraño las había salvado de la muerte.

Esa noche, mientras la luna se alzaba sobre la ciudad, Lyra miró su reflejo en la ventana del hospital adonde las habían llevado para asegurarse de que estaban bien, y susurró:

—¿Quién eres, Elián?

Pero el viento no respondió.

Solo la luna —la misma que había sido testigo de su destino— pareció parpadear sobre el cristal, como si conociera una verdad demasiado antigua para ser pronunciada.

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