Mundo de ficçãoIniciar sessãoCapítulo 4 : Más que una traición
La luna creciente se alzaba sobre la mansión de los Harrelson, bañando las columnas blancas con una luz dorada. En el interior, el aire olía a incienso y a vino caro. Los ancianos de la manada se reunían en silencio en torno a una mesa larga, pero Selene no escuchaba una sola palabra de lo que decían. Su atención estaba fija en un nombre que había escuchado horas antes: Lyra. —¿Estás segura? —preguntó en voz baja, con una sonrisa contenida, aunque la rabia vibraba detrás de sus ojos color ámbar. Frente a ella, una loba joven bajó la cabeza. —Sí, Selene. Todos lo saben, era su compañera. Pero Daren… la rechazó. Selene sostuvo la copa entre los dedos, la giró lentamente y luego la dejó sobre la mesa. —Qué curioso destino —susurró, con la voz más dulce de lo necesario—. Una omega como compañera del futuro alfa. Los dioses tienen un sentido del humor retorcido. La joven se escabulló, temerosa. Selene quedó sola en el salón, los labios torcidos en una sonrisa sin alegría. Durante años había trabajado para llegar hasta ese lugar: educada entre los mejores, hija del Consejero Magnus Blackthorn, uno de los tres lobos más poderosos de la manada. Había sido entrenada para ser Luna. Y no iba a permitir que una muchacha insignificante arruinara su destino. El sonido de pasos firmes anunció la llegada de su padre. Magnus era un hombre alto, de cabello blanco y mirada fría, su presencia bastaba para hacer callar a cualquier lobo. —Te veo inquieta, hija. —Su voz retumbó como un trueno contenido—. ¿Qué ocurre? Selene se levantó, caminó hasta él y habló con el tono de quien disfraza el veneno con miel. —He descubierto algo… desagradable. —Lo miró directo a los ojos—. Daren fue emparejado con una omega. Una tal Lyra Vane. El ceño de Magnus se frunció apenas. —Lo sabía. —¿Lo sabías? —Selene se tensó—. ¿Y no hiciste nada? —El muchacho la rechazó. Creí que el problema estaba resuelto. —No lo está —respondió ella, con una calma peligrosa—. Ella sigue aquí. Todos murmuran. Y Daren… —se detuvo, el fuego brillando en su mirada—. No puede quitarle los ojos de encima. Magnus suspiró y se sirvió un trago. —Entonces, habrá que hacer que desaparezca. Selene esbozó una sonrisa fría. —Pensé que dirías eso. Esa misma noche, Lyra intentaba concentrarse en el trabajo de prácticas que debía entregar. Nora dormía a su lado, pero ella no lograba apartar de su mente las últimas palabras de Daren. “No te atrevas a mirar a otro.” Esa frase se había clavado en su mente como una marca. Salió al balcón. La brisa era fría y la luna se reflejaba en sus ojos castaños. Un escalofrío la recorrió sin razón aparente. Muy lejos de allí, Elián también miraba la misma luna. Estaba de pie en la terraza de un hotel antiguo, con una copa entre los dedos. Y el recuerdo de la voz de Lyra seguía persiguiéndolo. Había pasado mucho tiempo reprimiendo todo sentimiento humano, y sin embargo, en esos días, algo cambiaba dentro de él. A veces, creía olerla entre la multitud. O escuchar su risa en medio de sus sueños. Pero no entendía por qué. Y eso lo irritaba. “Estás rompiendo tus propias reglas,” se dijo, antes de beber lo que quedaba en la copa. Mientras tanto, con la ayuda de su padre, Selene se encargaba de orquestar un plan para sacar a Lyra de su camino. —Recuerda que no puedes fallar —dijo Selene al hombre que tenía frente a ella. Era corpulento, de barba rala y ojos oscuros. Llevaba el aroma de un lobo que había sido desterrado, alguien sin manada ni honor. —Nadie sabrá que fuiste tú, señorita Harrelson. Haré que parezca un accidente. —No quiero accidentes, sin errores —corrigió ella, con una sonrisa helada—. Quiero que desaparezca. Que no quede nada que pueda recordarla. Le tendió un sobre lleno de billetes. —Su nombre es Lyra Vane. Vive en las residencias del campus. Averigua su rutina, sus horarios, con quién se mueve. El resto te lo dejo a ti. El hombre asintió. —Entendido. Cuando la puerta se cerró tras él, Selene se miró en el espejo del salón. Sus ojos dorados brillaban con determinación. Por un momento, el reflejo parecía sonreírle con orgullo, como si la luna misma aprobara su traición. En los días siguientes, Lyra comenzó a notar cosas extrañas. Sombras que se movían en los pasillos, una sensación de ser observada. Una noche creyó ver un auto negro siguiéndola al salir de clases. Cuando lo mencionó a Nora, su amiga le restó importancia. —Te estás sugestionando, Lyra. Has pasado por demasiado. Quizás necesitas dormir más. Pero Lyra sabía que no era paranoia. El instinto de su lobo estaba alerta. Cada vez que la sensación de peligro crecía, el recuerdo de aquella voz —la de Elián, que había dicho “Creo que ella dijo que no”— la envolvía como un escudo invisible. A veces deseaba volver a escucharlo. Selene, mientras tanto, jugaba a la perfección su papel de Luna en formación. Sonreía en los entrenamientos, asistía a las reuniones con los ancianos y se mostraba como la compañera ideal del futuro alfa. Daren, distraído por su propio tormento, apenas notaba el cambio en ella. Hasta que una tarde, Selene lo encontró solo en el salón de entrenamientos. —Te ves tenso —dijo, acercándose. Él no respondió. —No puedes seguir dejándote afectar por una omega —insistió, en tono suave—. Si la rechazaste, ya no importa. Daren la miró, y por un segundo creyó ver algo oscuro tras su sonrisa. —No te metas, Selene. —Solo intento ayudarte —replicó ella, acariciándole el brazo—. Pronto serás alfa. No puedes permitir que una chica sin rango manche tu reputación. Él apartó la mirada, incómodo. Sabía que Selene había sido elegida para ser su compañera si el llegaba a ser declarado Alfa y no había encontrado a su compañera destinada. Selene sonrió, satisfecha. Había plantado la semilla del desprecio. Y esa misma noche, la semilla germinó. El gran salón de ceremonias de la mansión Harrelson resplandecía bajo la luz de cientos de antorchas. Las banderas de la manada colgaban de los balcones, y los ancianos ocupaban los asientos de honor. Daren, vestido con el traje ceremonial, mantenía la mandíbula tensa. A su lado, su padre observaba con orgullo contenido. —Hoy la manada necesita estabilidad —anunció Magnus desde el estrado, su voz grave resonando en cada rincón del salón—. Y el futuro alfa ha tomado una decisión que sellará el destino de todos nosotros. Los murmullos se elevaron entre los presentes. Algunos sabían lo que iba a ocurrir; otros no se atrevían a creerlo. Daren sintió el peso de todas las miradas sobre él. Durante un instante, recordó unos ojos castaños que lo habían mirado con miedo y ternura a la vez. Su padre lo miró, imperceptiblemente, ordenándole avanzar. Y Daren obedeció. —Como heredero de esta manada —dijo con voz firme, aunque el corazón le dolía— declaro ante los ancianos, ante la luna y ante todos ustedes… que he elegido a Selene Harrelson como mi futura esposa y Luna. Un aplauso solemne llenó la sala. Selene avanzó entre los presentes con una gracia calculada, el vestido blanco ondeando a su alrededor como si la luna la reclamara. Se inclinó ante los ancianos y luego tomó la mano de Daren, su sonrisa tan perfecta que dolía. Solo Lowell Thorn, el padre de Daren, notó el leve temblor en la mandíbula de su hijo. Solo Selene sintió la frialdad del contacto. Y solo la luna, testigo eterna, escuchó el eco silencioso y doloroso del corazón que Daren estaba traicionando. En ese mismo instante, en su habitación del campus Lyra dejó caer su lápiz sobre el cuaderno sin entender por qué su pecho se oprimía desesperadamente. Una lágrima resbaló por su mejilla sin razón aparente. Esa misma noche, el lobo renegado en compañia de otro más, observaba a Lyra y Nora desde una esquina. Las jóvenes caminaban riendo, sin saber que eran vigiladas. En su bolsillo, el lobo sin manada llevaba una jeringa con un líquido transparente. Todo saldría bien. Una distracción. Un movimiento rápido. Y nadie sabría nunca qué había pasado. Pero el destino tenía otros planes. En una terraza cercana, Elián alzó la vista de su copa. Por alguna razón, su cuerpo se tensó. Sintió un aroma familiar siendo arrastrado por el viento: jazmín, lluvia… y miedo. Dejó la copa. Sus ojos se tornaron rojos por un instante. "Ella está en peligro." murmuró. Esa misma sensación estremeció a Lyra, que se detuvo a mitad del camino. —¿Qué pasa? —preguntó Nora. Lyra miró a su alrededor, inquieta. —No lo sé. Pero algo… algo está mal. Las luces de la calle titilaron. El aire cambió. —Vamos, Lyra. Ya casi llegamos —dijo Nora apresurando el paso. —Ok, ok. Apresurémonos. —replicó la muchacha y así lo hicieron. Y en algún punto de la ciudad, tres destinos comenzaron a moverse hacia el mismo punto de colisión. La luna dorada brillaba en lo alto, testigo muda de la traición que acababa de sellarse.






