Capítulo 30: Sangre divina.
El humo del incienso de sándalo enroscaba sus garras aromáticas alrededor de los príncipes reunidos en la cámara privada del emperador. El aire olía a ritual y a secretos mal enterrados.
El emperador, sentado en su trono de ébano tallado con dragones, observaba a sus hijos con ojos que habían visto demasiadas traiciones.
Ragnar no se inclinó. No esta vez.
— Padre, no podemos ignorar lo que ocurrió hace siete noches —su voz era áspera, como el roce de una cadena— el pueblo linchó a Aisha. La llamaron bruja, maldición... hasta que su sangre los hizo arrodillarse.
La memoria era fresca, dolorosa:
Aisha, arrastrada por la turba fuera del palacio, su túnica blanca desgarrada, su piel marcada por piedras y maldiciones. Luego, el silencio. El cuchillo de hueso que ella misma se clavó en las venas, dejando que su sangre, roja como el atardecer; cayera sobre la tierra seca. Y entonces... el lobo blanco, emergiendo de la nada, iluminado por la luna, aullando una canción que heló la sangre de t