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Capítulo 29: Juegos de poder y lealtades.

Aisha regresó a su asiento junto a Ragnar, los dedos aún temblorosos por el eco del poder que había invocado sin entenderlo del todo. El lobo blanco se arrastró a sus pies, apoyando su hocico sobre sus bordados plateados como si intentara absorber el resto de la energía que flotaba en ella.

Ragnar no apartaba su mirada de su perfil. Los ojos dorados brillaban con una mezcla de admiración y escepticismo.

— ¿Desde cuándo puedes hacer eso? — preguntó en voz baja, los nudillos blanqueando alrededor de su copa — tú sanas con tu sangre, no con… cantos de dioses.

Aisha entrelazó sus dedos sobre el regazo, observando cómo la luz de las lámparas jugaba con las sombras de su brazalete de hierro rúnico.

— No lo sabía — confesó, honesta por primera vez esa noche — las palabras… simplemente vinieron. Como si Nyrith las susurrara en mi oído.

Ragnar estudió su expresión, buscando rastros de mentira, pero solo encontró fatiga. Aisha, sintiendo el peso de sus propios huesos, dejó que su cabeza buscara el calor de su hombro. Ragnar contuvo el aire, como si temiera que un movimiento la quebrara; antes de permitir que el peso de ella se acomodara contra su cuerpo.

— Estás agotada — murmuró él, sin apartarse.

— Cantar para los dioses no es como cantar para los hombres — respondió ella, cerrando los ojos por un instante.

Un sillón se arrastró junto a ellos con un chirrido deliberadamente exagerado.

— ¡Vaya, vaya! ¿Ahora mi hermano menor se ha convertido en almohada de sanadoras divinas? —Zacarías, el séptimo príncipe, se dejó caer en el asiento con una sonrisa desafiante. Su túnica verde esmeralda, siempre más desarreglada que la de los demás, y su pelo castaño revuelto lo hacían parecer un gato satisfecho — Aisha, si Ragnar no te trata bien, mi regazo está disponible. Y tengo mejor sentido del humor.

Ragnar lanzó un gruñido, pero Aisha, sin abrir los ojos, esbozó una sonrisa.

— Zacarías, si tu humor negro curara heridas en lugar de provocarlas, tal vez lo consideraría.

El séptimo príncipe se llevó una mano al pecho, fingiendo una herida mortal.

— ¡Ay! Hasta el lobo blanco me mira con lástima — exclamó, señalando al animal, que efectivamente lo observaba con aire de superioridad — pero hablando de heridas… hermanito, ¿qué opinas del nuevo juguete de Vladimir? ¿Un Nyrithar puro? Qué casualidad que aparezca justo ahora.

Ragnar tensó los músculos bajo el peso de Aisha.

— No es casualidad — murmuró — es un mensaje.

— ¡Uno bastante obvio! — Zacarías bebió de la copa de Ragnar sin pedir permiso — mira, tengo un sanador más exótico que el tuyo. Patético. Como si esto fuera un concurso de…

Las palabras de Zacarías murieron cuando las trompetas anunciaron otro invitado.

— ¡Su Alteza Imperial, la Princesa Rocío de las Llanuras del Sur!"

Zacarías se atragantó con el vino.

Rocío entró como una tormenta de verano: vestida de rojo y oro, su risa resonó antes incluso de que sus palabras lo hicieran.

— ¡Padre! ¡Perdón por llegar tarde, pero mi barco se encontró con unos piratas encantadores que insistieron en escoltarme! — se inclinó ante el emperador, pero su mirada traviesa ya buscaba a Zacarías — ¡Hermano Ragnar! ¡Qué bien te ves sin esa cara de pocos amigos que siempre tienes!

Ragnar, a pesar de todo, esbozó una media sonrisa.

— Rocío. Como siempre, tu llegada es… ruidosa.

La princesa hizo un mohín y se acercó, ignorando por completo a Vladimir, quien frunció el ceño; y deteniéndose frente a Zacarías.

— Y tú, séptimo príncipe… ¿sigues fingiendo que no me reconoces en tus poemas?

Zacarías, por primera vez en la noche, se sonrojó.

— Yo no escribo poemas — mintió, desviando la mirada.

— ¡Oh, doncella de risa más dulce que el licor de ciruela…! — recitó Rocío, exagerando cada palabra — ¿Te suena?

Aisha, entre divertida y exhausta, observó la escena. El lobo blanco bostezó, como si todo aquello fuera demasiado humano para su paciencia.

El emperador, disfrutando del caos, golpeó su copa para llamar la atención.

— ¡Hijos! Ya que estamos reunidos… ¿qué tal un juego? — su mirada se posó en Vladimir, luego en Ragnar — algo para… unirnos.

El silencio en el salón era tan denso que hasta el susurro de las sedas al rozar el suelo sonaba como un grito. El emperador, con Meiying ahora dormida en los brazos de la Dama Lianhua, sonrió como un tigre viejo que ve a sus cachorros forcejear.

— Un juego simple — anunció, haciendo girar lentamente su copa de jade entre los dedos — una prueba de lealtad.

Vladimir, sentado como una estatua de hielo, inclinó apenas la cabeza.

— ¿Qué tipo de prueba, padre?

— Algo digno de nuestra corte — respondió el emperador, señalando a un sirviente que llevaba un cofre tallado con runas antiguas — el Juego de los Espejos Verdaderos.

Ragnar y Zacarías intercambiaron una mirada. Eso no era un simple pasatiempo.

Aisha, aún apoyada en el hombro de Ragnar, sintió cómo el lobo blanco se ponía tenso bajo su mano.

— ¿Qué es eso? — preguntó en voz baja.

— Un artefacto de los tiempos del primer emperador — murmuró Ragnar, sin apartar los ojos del cofre — dicen que refleja el alma… y las mentiras.

El sirviente abrió el cofre, revelando dos espejos idénticos, sus marcos de bronce oxidado grabados con serpientes entrelazadas.

— Cada príncipe elegirá un campeón — continuó el emperador — el espejo mostrará una verdad sobre ellos. Si el campeón puede aceptarla… gana. Si no… — su sonrisa se ensanchó — bueno, eso es lo divertido.

Vladimir no dudó.

— Kael representará mi causa — declaró, posando una mano en el hombro del Nyrithar.

Kael, con sus ojos azules vacíos, asintió. Su mirada se clavó en Aisha como un cuchillo.

— Yo participaré — dijo Aisha antes de que Ragnar pudiera intervenir.

— No — gruñó Ragnar, apretando su muñeca — no sabes lo que ese artefacto puede hacer.

— Pero tú sí, ¿verdad? — susurró ella, sosteniendo su mirada — por eso temes.

Ragnar no respondió. El lobo blanco, en cambio, lamió la mano de Aisha, como si diera su aprobación.

Zacarías, siempre el puente en la tormenta, se inclinó hacia adelante.

— Yo seré el juez — anunció — porque, seamos honestos, soy el único aquí con gusto por el drama.

Rocío, a su lado, soltó una risa cristalina.

— ¡Y yo seré tu asistente, poeta!

El Primer Espejo: Kael

Kael se acercó al espejo con la elegancia de una sombra. El reflejo lo devolvió tal como era: pálido, frío, perfecto.

Entonces el vidrio se empañó.

— Muestra tu verdad — ordenó Zacarías, con un dejo de curiosidad genuina.

Las palabras aparecieron como si alguien las tallara en el hielo:

"Sangro negro porque mi alma ya fue vendida."

Kael no se inmutó.

— Cierto — dijo simplemente.

El espejo se agitó, mostrando por un segundo una imagen: un niño de cabello blanco, arrodillado ante un altar manchado de sangre, mientras hombres con máscaras de cuervo le cortaban las palmas.

Aisha contuvo un jadeo. Era el ritual de iniciación Nyrithar.

Vladimir sonrió, satisfecho.

— Un alma fuerte para un servicio leal.

El Segundo Espejo: Aisha

Cuando Aisha se paró frente al espejo, este no la reflejó de inmediato. Se oscureció, como un lago en una noche sin luna.

— Vamos, sanadora de almas rotas — murmuró Zacarías — no muerde… mucho.

Entonces, el vidrio estalló en luz.

"Lloro lágrimas rojas porque soy el precio que los dioses pagaron por su silencio."

Aisha sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies. Esa no era una verdad… era un secreto.

El espejo mostró una imagen que solo ella reconoció: una mujer con su mismo rostro, de cabello negro como la noche, gritando mientras un rayo de luna la atravesaba, dividiéndola en dos.

— ¿Qué demonios…? — Ragnar se puso de pie, listo para intervenir.

Pero antes de que alguien pudiera reaccionar, el lobo blanco saltó entre Aisha y el espejo, aullando como si hubiera visto a un fantasma.

El vidrio se hizo añicos.

El salón estalló en murmullos.

— Interesante — dijo el emperador, aunque sus ojos brillaban con algo más que curiosidad —parece que tenemos un empate.

Vladimir no estaba satisfecho.

— El animal interfirió. ¡La sanadora perdió!

— Ah, pero el espejo se rompió — intervino Rocío, jugueteando con un abanico — quizá la verdad de Aisha era demasiado… brillante para contenerla.

Kael, por primera vez, parecía perturbado, retrocedió un paso, sus dedos largos y pálidos cerrándose en torno al medallón que colgaba de su cuello, un amuleto Nyrithar que ahora humeaba levemente, como si hubiera sentido el mismo terror que él.

— Esa no era una verdad humana — murmuró — era un eco… de los dioses.

Aisha, temblorosa, sintió que Ragnar la envolvía en su manto, alejándola del espejo destrozado.

— Terminamos — declaró, con una voz que no admitía discusión.

El emperador asintió, pero su mirada seguía fija en Aisha.

— Sí… por ahora.

El salón quedó sumido en un silencio incómodo, roto solo por el crujido de los últimos fragmentos de vidrio bajo las botas de los guardias. Aisha, aún temblorosa bajo el manto de Ragnar, notó cómo el emperador observaba aquellos restos como si contuvieran un mensaje cifrado. Y tal vez lo tuvieran: entre los trozos rotos, el reflejo de la luna en la ventana ya no era plateado, sino del color de las heridas que no cicatrizan.

— Envíala a descansar — ordenó el emperador a Ragnar, pero sus ojos dorados brillaban con una advertencia no dicha — y síganme, hijos.

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