Lena se duchó en silencio. El agua caliente recorrió su espalda como una caricia necesaria. Lavó su cabello con cuidado, temiendo hacer ruido, como si hasta el agua pudiera delatarla. Se colocó una bata limpia, sencilla, de algodón blanco, y desenredó su cabello aún húmedo cuando escuchó los nudillos de Branwen golpear con suavidad la puerta.
—La cena está servida, querida. —dijo la mujer del otro lado.
—Ya bajo. —respondió Lena con un nudo en el estómago.
La idea de compartir la mesa con Kerem siempre le provocaba una especie de ansiedad callada. No era que él le hiciera algo... por fortuna hasta ahora no la había maltratado más allá de aquella vez cuando la hizo salir corriendo, pero su presencia la intimidaba. Kerem tenía ese don para poner rígido el aire a su alrededor. Un aire denso, lleno de cosas que no se decían.
Bajó los escalones con pasos medidos. Su aroma, esa mezcla suave de flores silvestres y algo dulcemente indefinido, llegó hasta Kerem incluso antes de que ell