Las olas de placer que recorrieron el cuerpo de Lena fueron intensas, abrumadoras, un escozor que comenzó desde su centro y se expandió hasta la punta de sus dedos.
Sus piernas aún temblaban cuando Kerem se incorporó y limpió con cuidado las comisuras de su boca. Mostrándole esa altivez que ahora se veía mucho más intensa complementados con su mirada.
—Suculento —gruñó con una sonrisa, la misma que Lena correspondió con un jadeo. Y los labios ligeramente separados.
Kerem recorrió con la mirada las mejillas sonrojadas de Lena, igual que sus muslos, todavía marcados por las manos grandes de él. Con movimientos lentos pero precisos, Kerem se hincó sobre la cama, dejando ver un torso musculoso, firme, y los músculos de sus brazos tensos, tan duros como su pene erecto apuntando hacia ella.
Lena tragó saliva, disfrutando de la hermosa vista, ante aquel monumento de hombre frente a ella. Ese hombre grande y poderoso que podría partirla en dos si así lo dispusiera.
—Te quiero más ce