Lena despertó con el pecho oprimido, y con un calor intenso que la hizo removerse un poco. Tardó un segundo más en abrir los ojos y sintió el peso firme de un brazo rodeando su cintura y el calor que la envolvía por completo. Kerem estaba detrás de ella, su respiración acompasada, profunda, como si el mundo exterior no existiera.
Intentó moverse con suavidad, pero su cuerpo apenas se despegó de él cuando su voz grave rompió el silencio.
—Aún es temprano, Lena.
Su corazón se aceleró al escucharlo. Se giró con lentitud, encontrando su rostro tan cerca que apenas pudo tragar saliva.
—¿Cómo… cómo sabes que es temprano? —susurró, con un hilo de voz.
Él ladeó la cabeza, con esa serenidad que siempre la desconcertaba.
—Cuando amanece… las aves cantan. —Su tono fue bajo, casi un murmullo, pero cargado de certeza.
Antes de que ella pudiera responder, Kerem subió sobre ella. Sus labios capturaron los suyos sin aviso, con la misma intensidad que la había hecho temblar la primera vez. El beso no