—Sí, lo recuerdo —dijo Lena con una leve sonrisa, reconociendo al joven que había visto recientemente. Sus ojos se posaron un instante en el rostro bien definido de él—. Buenas tardes, señor Oliver —saludó con educación , aunque regresando de inmediato a las flores.
—Llámame solo Oliver —respondió él con naturalidad, dejando escapar una sonrisa amigable.
Lena asintió con cierta vacilación, no por desconfianza sino porque no estaba acostumbrada a tutear hombres, y mucho menos hombres como él, con ese aire relajado y elegante.
—Está bien —aceptó al fin, con voz suave.
Kerem, que los escuchaba desde una de las ventanas del piso superior, apretó el puño con fuerza.
—¿Qué carajos? —murmuró, su mandíbula estaba tensa mientras imaginaba la escena desde lo alto. Recordaba a la perfección esa sonrisa de lobo de su amigo y no le parecía nada agradable.
—Si me permites decirlo —dijo Oliver, bajando un poco la voz, recorriendo el atuendo de Lena que a comparación de la primera vez que la vio