El médico ajustó la lámpara frente al rostro de Kerem y revisó con precisión cada movimiento de sus pupilas. Los destellos de luz lo obligaban a parpadear seguido, y aunque al principio era incómodo, había algo diferente esta vez.
—Siga mirando hacia arriba… ahora a la izquierda —indicó el doctor con voz calma.
Kerem obedeció, sintiendo la presión leve del aparato contra su mejilla.
El médico retrocedió un poco, bajando el instrumento. —Vamos a hacer otra prueba más, señor Lancaster. Quiero que observe este punto rojo en la pantalla —dijo mientras encendía un monitor frente a él—. No se esfuerce, deje que sus ojos lo sigan.
Kerem respiró hondo. Los primeros segundos solo percibió una neblina gris, una mezcla confusa de luces. Pero luego, muy lentamente, algo comenzó a definirse. El punto estaba ahí, moviéndose despacio de un lado a otro. Lo siguió con la mirada y sonrió.
—Bien —dijo el doctor sin disimular su satisfacción—. Eso es excelente. La retina está respondiendo mejor de l