El vestido blanco de Lena se elevó lentamente, con gracia, hasta dejar sus muslos descubiertos. La tela se recogió entre sus manos, y el murmullo de la gente se intensificó al verla dar los primeros pasos dentro del recipiente de madera colmado de racimos. El jugo estallaba bajo la presión de sus pies delicados, extendiéndose con un sonido húmedo, un chasquido acompasado que pronto se volvió ritmo. El aroma de la uva madura comenzó a elevarse, fuerte, dulzón, llenando el aire de promesa y de un futuro que ya parecía líquido corriendo hacia los barriles.
Kerem, de pie, imponente en su lugar, sostenido de la baranda, sintió cómo su pecho se tensaba. Su corazón golpeaba con violencia contra las costillas, y detrás de sus párpados cerrados las imágenes que jamás había visto se armaron con la precisión de un recuerdo inventado. Lena, su Lena, con esa sonrisa que iluminaba hasta lo que él no podía mirar, pisando las uvas con el mismo cuidado con el que recorría su vida a su lado. El sonido