03 - Pequeño Torbellino.

ARTURO BRUSQUETTI.

Desde que pisé estas tierras, me he topado con varias sorpresas, pero la que indiscutiblemente atrajo mi atención, es esa pequeña mujer, tan atractiva, tan empoderada y tan fuerte a la vez.

Me recuerda a mi esposa. O en términos concretos, mi ex esposa.

La descarada había firmado el divorcio.

Kerianne era la mujer más alucinante que mis ojos habían tenido la oportunidad de conocer, pero nunca creí, que tendría que llegar a tales artimañas para conseguir casarse conmigo y convertirse en una Brusquetti.

Aun así, después de tres años de matrimonio, nunca ha mostrado ningún tipo de problemas, no me ha exigido absolutamente nada, y se ha mantenido al margen de los medios. Lo que significa, que se conformó con el dinero que deje para ella, luego de casarnos.

No la iba a dejar desamparada. Pese a estar molesto, mande a preparar la mejor habitación para ella, a llenar su guardarropa y un auto a su nombre. Era mi esposa al final de cuentas, una Brusquetti y la mujer que amaba.

Ahora que finalmente estábamos divorciados, tengo la curiosidad de verla, de hablar con ella, pero la rabia aún sigue intacta en mi pecho, y el saber que simplemente me utilizó para casarse, me llenaba de una sensación de indignación.

Miro nuevamente el documento, con su firma. Ella ha firmado, aceptando cada una de las condiciones, sin refutar, e incluso, la mísera consignación mensual que le estaría otorgando. Pensé que estaría haciendo berrinche, pero al parecer, también se ha rendido.

Anoche cuando la vi, tan vulnerable e incrédula de mi castigo, sentí cierto pesar en mi pecho. Por un momento, paso por mi mente solucionarlo en la habitación, pero debía demostrar a mí abuelo, que nadie era indispensable para mí, más que el bien de la familia.

Pese a todo, ella también merecía ese castigo, por todos los malos comportamientos que tenía hacia mi familia. ellas me lo habían contado.

—  ¿Estás seguro que no hizo ningún reclamo al respecto? —  inquiero, al conserje familiar.

—  Así mismo, señor —  responde. Paso mis ojos en mi mano derecha, y él niega.

—  Al contrario de lo que dices, yo la vi muy emocionada —  contradice, y el conserje se pone nervioso —. Es como si ansiaba divorciarse.

—  ¿Seguro que has visto a la misma mujer? La señora Brusquetti, es la mujer más interesada que hemos visto.

—  ¿Tanto que ha aceptado una limosna como indemnización? —  inquiero —. Por favor, investígala.

—  Así será señor —  responde. Ahora enfoco nuevamente la atención en el conserje.

—  Puedes retirarte —  El hombre asiente, y se va.

Yo, por mi parte, aún no he asistido a la casa de mi familia, como para quedarme. Más bien, solo para solucionar aquel inconveniente que me avisaron mis padres, debía atender. Pero me encuentro hospedado en el hotel, sigo pensando en mi esposa a punto de ser ultrajada, trabajando.

¿Por qué necesita trabajar?

Tiene dos trabajos, lo más seguro es que trabaje también como doméstica.

El timbre suena en ese instante, y cuando abro la puerta, me encuentro con Patricia, quien, sin que le dé permiso, ingresa a mi cuarto, molestándome de sobre manera.

—  Arturo, por fin logro verte. No fuiste a mi cumpleaños, pero me alegra que hayas puesto en su lugar a esa mujerzuela —  dice. Cuando volteo para volver a mi lugar, me encuentro de lleno con su abrazo, y sus intenciones precisas de dejar un beso. La detengo en seco.

—  No te me acerques.

—  No seas hostil conmigo. Hace tiempo que no te veía —  comenta.

—  ¿Qué necesitas? Tengo muchas cosas por hacer —  Realiza un puchero con los labios y toma asiento en el sofá.

—  Quería verte. Escuche al abuelo decirle a tu padre que estabas en este hotel. También me enteré que estás divorciado, lo que significa…

—  No significa nada, Patricia. Tú te casarás con un Bacab, y dejarás de ser una Brusquetti.

—  Sabes que no lo haré —  refuta —. Siempre te he amado a ti, pero me vi obligada a casarme con tu hermano. Ahora que, por fin, estas solo, podemos estar juntos. Déjame demostrártelo.

—  Tengo cosas que hacer. Por favor, déjame solo —  sentencio, pero ella al parecer, no quiere entender —. No lo voy a repetir, Patricia.

Ella se pone de pie, y camina hasta la salida.

—  Pensé que tu humor mejoraría, ahora que por fin te deshiciste de esa pordiosera, sucia —  escupe —. Sin embargo, tu abuelo ha dicho que me casaré contigo, pues no quiere perder un diamante como yo de su familia.

La sangre me hierve al escuchar como la trata, como la llama. No me gusta que nadie tenga su nombre en malos términos. Kerianne sigue siendo mi mujer. Después de todo, no hace veinticuatro horas que nos separamos.

—  Nadie, absolutamente nadie, puede escupir aberraciones de ella, excepto yo, que fui su esposo. ¿Entendido? —  Bufa.

—  No entiendo porque la defiendes tanto. No es más que una mugrienta que se quiso apoderar de tu dinero.

—  Cómo tú del de mi hermano. Al final, terminan siendo iguales —  escupo, con la voz pesada e intimidante —. No quieras hacerte la santa conmigo. Ambos nos conocemos perfectamente, cuñada, y con ese concepto te quedarás, porque no pienso contraer matrimonio.

Ella hace un zapateo con los pies, y sale de la habitación, furiosa, sin mirar atrás. Quizás indignada por no obtener lo que quería; pero eso no me importa en lo absoluto.

Mi hombre de confianza, ingresa hasta donde estoy.

—  La señorita Bacab, salió de viaje. Abordó un vuelo al otro lado de la ciudad —  Frunzo el ceño.

—  ¿Sola? —  consulto.

—  Sola, señor.

—  ¿Y antes?

—  Ella estaba en la mansión, de allí vino hasta aquí, en el hotel, al parecer, despidiéndose de la gerente del lugar. Lo extraño es que poseía uniforme de mucama —  Levanto.

—  ¿Por qué Kerianne tendría uniforme de mucama? —  inquiero sonriente, completamente confundido —. Averígualo.

Sé que la vi, pero lo que me interesa es saber, porque mi esposa estaba trabajando, cuando he destinado todo para su comodidad.

—  Entendido, señor.

¿A qué estás jugando, Kerianne?

¿Piensas que me convencerás de tus buenas acciones, cuando no eres más que una manipuladora oportunista?

¿Qué tan bajo, pretendes caer ante mis ojos, mujer?

Realmente, todas estas preguntas, quisiera hacérselos en la cara; pero nunca me atreví a volver y mirarla de cerca, por temor a que pueda caer ante sus encantos. Ella tiene un poder exquisito sobre mí, que era preferible, no saber absolutamente nada, y he confirmado que sigue poseyendo aquel magnifico poder, al casi caer ante sus ojos, ésta madrugada.

Salgo del hotel, y me monto a mí vehículo, y mientras estamos en marcha, la imagen de esa mucama, llega a mi mente. Miro al techo, y pienso… ese cabello, esa boca, esos ojos.

Hace más de tres años que no nos vemos tan de cerca, pero anoche, su belleza me impactó. A excepción del color, obviamente.

Cuando me enteré que debía casarme con esa mujer, porque me había acostado con ella, fue algo que no creí que sería capaz. Ni siquiera la recuerdo en esa fiesta, solo recibí una llamada de Patricia, diciéndome que ella reclamaba eso, lo cual me decepcionó bastante.

No la creí capaz, menos en sacar a la luz tales actos, que ni siquiera recordaba. No asistí a nuestra boda, no lo merecía, simplemente, un día desperté y ya estaba casado, sin ceremonia, ni nada de esos lujos, que estoy seguro, ella no lo disfrutó.

Tres años de no verla, es mucho. Tres años de matrimonio, también, especialmente, sin consumarlo después de la firma. La recuerdo vagamente, que estoy seguro sería difícil reconocerla por la calle. Pero, sobre todo, agradezco que se haya mantenido al margen de los medios, para no verla.

Cuando llego a la gran mansión Brusquetti, no le doy aviso a nadie, pasando desapercibido, recorriendo cada rincón del lugar, hasta que, me paro justo, en frente de la que era habitación de mi ex esposa.

Tomo el pomo de la puerta, y la abro, topándome con muchas excentricidades que no recuerdo, sean propio de ella. Frunzo el ceño, al acercarme a la mesa de luz y encontrarme, con una foto mía y de mi cuñada juntos. En realidad, es una donde también se encontraba mi hermano, pero al parecer, ella había eliminado la parte donde salía él.

Comienzo a observar con atención, dándome cuenta, que esta no es la habitación de mi esposa, pero al salir nuevamente al pasillo, reconozco, que es la que dejé para ella.

Bajo las escaleras, encontrándome con el conserje, con mi madre y mi abuelo; quienes, al verme, quedan completamente sorprendidos.

—  ¡Hijo mío! —  exclama mi madre, un poco aturdida.

—  Mi nieto.

—  ¿Dónde está la habitación de mi ex esposa? —  consulto directamente. Los tres se pusieron pálidos al oír mi respuesta, asustados por el tono de voz que puse.

—  ¿Qué sucede, Arturo? —  pregunta el abuelo.

—  Subí a la habitación que ordené para ella, y resulta que está ocupado por otro huésped. ¿Cuál fue la que destinaron para ella, porque dudo que en cuatro horas sea cambiado?

Mi madre, sonríe forzosamente, descubriendo que está ocultándome algo que no sé.

—  Ella… ella no vivía aquí.

—  No me mientas. Pesé a vivir fuera del país, y no tener contacto con ella, de vez en cuando solicitaba información. Ella estaba en esta casa… necesito ver su habitación. ¡Anoche la despertaron aquí!

—  ¿Con que derecho te atreves a hablar así a tu madre? —  inquiere el abuelo furioso.

—  No le estoy faltando el respeto. Solo quiero ver la habitación donde se encontraba mi esposa. ¿Es mucho pedir?

—  Ella no vivía aquí —  escupe, lo cual, hace que todo a mi alrededor se congele. Si no vivía aquí…, ¿cómo es posible que anoche esté presente?

¿Acaso solo vino al enterarse de mi presencia?

Ella parecía no reconocerme.

Si no vivía aquí… ¿Dónde lo ha hecho en todo este tiempo?

—  ¿Dónde lo hacía? —  consulto.

—  Eso ya es algo irrelevante, ya no tiene sentido averiguarlo ahora, al fin de cuentas, ya están divorciados. Por fin te deshiciste de esa mujerzuela —  Mis manos se vuelven puños. No me gusta que la traten mal pese a estar molesto.

¿Cómo debió ser su vida aquí, sabiendo que no la querían? Quizás por eso se fue a vivir a otro lugar, pero también la veían salir de aquí.

Hay cosas que no me cuadran.

Trato de dejar pasar todo, y comienzo a compartir con la familia, olvidándome por completo de todo lo que estaba pensando en hacer, al menos, durante la cena. Cuando ya la noche cayó hasta muy tarde, decidí marcharme del lugar.

—  ¿Por qué no te quedas a dormir aquí? Es tú casa hijo —  dice mi madre.

—  Es verdad, Arturo. Deberías quedarte a vivir aquí. Eres el próximo señor de la casa debería tomar tu lugar como tal —  manifiesta de forma coqueta, mi cuñada.

—  Gracias madre, gracias cuñada. Lo voy a pensar —  inquiero y salgo de la mansión. Cuando subo al coche, observo por el espejo retrovisor a mi hombre de confianza —. Quiero el extracto de todos los gastos que realizó mi esposa durante estos tres años; y, sobre todo, donde ha estado viviendo en ese periodo de tiempo.

—  Así será —  contesta.

¿Qué has estado haciendo, Kerianne? ¿Dónde estabas, pequeño torbellino?

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