Platina miró a Florencio, esperando ver en él la misma sorpresa, el mismo horror que sentía ella. Pero lo que vio fue diferente. Vio cómo la sangre desaparecía del rostro de Florencio, reemplazada por una palidez mortal. Vio cómo sus ojos se clavaban en un punto invisible de la pared. Y vio una comprensión lenta y terrible amanecer en su expresión.
No era sorpresa. Era el dolor de una traición confirmada.—Elio… —susurró, y la palabra no fue una pregunta, sino una constatación amarga—. Está vivo.Platina lo miró, sin entender.—Pero… Selene dijo…—Selene mintió —dijo Florencio, y en su voz no había rabia. Había un vacío. Un desierto. La voz de un hombre cuyo corazón acababa de ser arrancado por segunda vez, pero esta vez, por la misma persona que creía que lo había