El viaje hacia las canteras de Chapadmalal fue un descenso a un silencio diferente. No era la quietud tensa de la desconfianza, ni la cómoda de la intimidad. Era el silencio de los soldados antes de una misión de la que saben que quizás no vuelvan. Cada uno estaba encerrado en su propio mundo, en su propia preparación mental.
Florencio conducía con una precisión helada, sus ojos fijos en el camino de tierra que serpenteaba entre las colinas bajas. Su mente ya no era la del político, ni la del amante. Era la del comandante. Repasaba los planos improvisados que habían trazado, las posibles rutas de escape, los campos de tiro. Pero debajo de la estrategia, había un ruido de fondo. Su confesión a Selene. «Quiero ser el hombre al que elegís volver a casa.» La había soltado, una verdad cruda, en el peor momento posible. Y la respuesta de ella había sido el silencio. Un sile