La mañana siguiente al ritual de la bañera, la cabaña despertó a una nueva realidad. La atmósfera, antes cargada de la tensión del miedo y la sospecha, ahora estaba impregnada de algo diferente, algo más sutil y mucho más peligroso: una calma antinatural.
Mar fue la primera en levantarse. No con la vacilación de una víctima, sino con la serenidad de una sacerdotisa después de una noche de comunión con su dios. Se movió por la cocina en silencio, preparando café, sus gestos fluidos, económicos. Llevaba una de las remeras de Selene, pero ya no le quedaba como una prenda prestada. Parecía suya. Su piel, a la luz del alba, tenía un brillo iridiscente, casi imperceptible, como el interior de una concha de nácar.Selene la observaba desde el umbral de su habitación. La noche anterior, después del ritual, no habían vuelto a hablar. Mar