215. Abrazar la Tormenta

Correr hacia el centro de la vorágine fue como zambullirse en un océano helado en plena noche. El aire alrededor de Mar ya no era aire; era una masa densa y pesada de poder puro, cargada de ozono y de la furia de un elemento desatado. Látigos de agua invisible cortaban el espacio, rompiendo los azulejos restantes, haciendo añicos los viejos espejos. Florencio, desde el umbral, solo podía observar, impotente, cómo Selene se adentraba en ese infierno líquido, su figura era una silueta desafiante contra el caos.

Selene no intentó luchar contra el poder. Sería inútil. En su lugar, hizo lo que un nadador experto hace cuando lo atrapa una corriente: dejó de pelear y se dejó llevar. Cerró los ojos y se enfocó no en Mar, sino en la "sombra", en la entidad de agua que se había apoderado de su amiga. No la confrontó con rabia. La llamó con un susurro mental.

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