206. La Manada de Uno
Los días que siguieron a la confrontación fueron un estudio en el arte de la guerra fría. La Estancia Lombardi, con sus pasillos inmensos y sus salones silenciosos, se convirtió en un archipiélago de soledades. Florencio, Selene y Mar eran tres islas, separadas por un océano de secretos y resentimientos, comunicándose solo a través de miradas cargadas de sospecha y monosílabos cortantes.
Florencio se atrincheró en el estudio de su padre, su fortaleza de cuero y caoba. Se sumergió en la única guerra que sentía que aún podía controlar: la política. Al teléfono con Giménez, orquestaba la caída de Blandini con una precisión despiadada, usando la información de "HienaGris64" para filtrar a la prensa historias de corrupción que sangraban lentamente la reputación de su rival. Pero era un trabajo mecánico, sin alma. La verdadera batalla, la que libraba en su interior, estaba perdida.
La acusación de Selene, la duda en sus ojos, lo había herido de una forma que ninguna bala podría. La había vi