La explosión no fue de pólvora. Fue de pura fuerza bruta. La puerta de madera maciza, reforzada con una viga, se desintegró como si fuera de cartón, y por el hueco abierto, enmarcados contra la noche oscura, entraron.
Eran tres. No, cuatro. Luisones. Pero no como los que habían enfrentado en la usina. Estos eran más grandes, más salvajes. La jauría de élite de Elio, sus pretorianos. No habían huido. Habían estado esperando la señal. Y la declaración de guerra de Florencio había sido exactamente eso.La escena en la cabaña se congeló por una fracción de segundo. Un tableau viviente de horror. Selene, Mar y Florencio en un triángulo tenso, y Elio, atado a su silla, con una sonrisa de triunfo lento y sangriento dibujándose en su rostro.—Parece que mi manada se cansó de esperar la invitación —dijo, su voz fue un ro