El aullido de Selene no fue un simple sonido. Fue una onda de choque, una declaración de guerra que sacudió los cimientos de la cueva y se derramó por el valle silencioso. Elio, sorprendido por la audacia, por la pura potencia de esa llamada, vaciló por una fracción de segundo. Sus instintos de Alfa reconocieron el desafío, la reclamación de territorio. Y en esa mínima pausa, el mundo exterior respondió.
Desde el risco, a un kilómetro de distancia, Mar sintió el aullido no en sus oídos, sino en su piel. Fue la señal. La orden. Cerró los ojos, no buscando un recuerdo feliz, sino la imagen del rostro humillado de su madre, el desprecio de su padre, el asco en los ojos de Selene la noche que la expulsó. Recolectó cada gota de dolor, de rabia, de resentimiento. Y lo convirtió en un arma.—Ahora —susurró, y la palabra fue un trueno silencioso