El descenso por la ladera de la sierra fue una meditación en movimiento. Selene se movía con una fluidez que era más animal que humana, sus pies desnudos encontrando apoyo en la roca y la tierra como si fueran una extensión de sus propios sentidos. El aire aquí era diferente al de la costa. Olía a piedra fría, a musgo húmedo y a un poder antiguo y estancado. Y debajo de todo eso, el olor inconfundible de su presa: el hedor a sangre luisón, a orgullo herido y a una rabia que parecía impregnar la tierra misma.
Mientras se acercaba al valle de las cuevas, la fauna del bosque enmudecía. No había grillos. No había el ulular de las lechuzas. Solo un silencio pesado, expectante. El territorio de un Alfa. Todos los demás depredadores sabían que debían guardar silencio en presencia del rey.Desde el risco, Florencio seguía su avance a través del visor t&eacu