La ciudad feliz, a plena luz del día, era un océano de indiferencia. Selene se movía por sus calles no como una loba, sino como un fantasma, una mujer anónima con una gorra calada y la mirada perdida. La remera holgada y los jeans que llevaba eran un disfraz de normalidad, pero por dentro, cada fibra de su ser estaba tensa, vibrando con el propósito de su misión.
No se dirigía a un lugar de poder político. Iba a un lugar de poder de otro tipo.Siguiendo un instinto, una memoria de las historias de su clan sobre cómo los luisones exiliados encontraban refugio en las tierras de los hombres, llegó a una zona olvidada de la ciudad, cerca de algo que parecía un riachuelo. Un cementerio de barcos oxidados, un laberinto de galpones abandonados y muelles podridos en la zona portuaria e industrial de Mar del Plata. Un lugar donde la decadencia y el olvido creaban una especie de te