Era el momento de actuar. Con la navaja de Florencio en la mano, Selene forzó la cerradura de la puerta del balcón con una pericia silenciosa. Se deslizó adentro como un fantasma. El aire olía a perfume caro y a miedo.
Avanzó por la alfombra espesa, cada paso una eternidad. Llegó al umbral del despacho. La mujer seguía de espaldas. Selene se preparó para atacar, para neutralizarla.—Florencio… —susurró en el comunicador, su voz un hilo de incredulidad—. La tengo. La estoy viendo. E-es…—Sé que estás ahí —dijo la mujer, sin girarse. Su voz… no era la que Selene esperaba. Era familiar. Dolorosamente familiar.La mujer se giró lentamente en su silla.Y no era Platina Lunares.Era Mar.Su rostro estaba pálido, sus ojos llenos de un terror que parecía genuino. Al ver a Selene, se le