167. El Rastro de los Fantasmas
El amanecer en la cabaña tenía el sabor de la ceniza. La revelación de que habían estado persiguiendo a una sombra, a un eco de calor creado por Elio, los había dejado a ambos en un estado de parálisis estratégica. Toda la paranoia de Florencio, todo su castillo de certezas sobre la conspiración Mar-Blandini, se había derrumbado, dejándolo en un páramo de incertidumbre.
Se quedaron sentados a la mesa, el mapa de la provincia extendido entre ellos, pero ya no parecía un campo de batalla que pudieran controlar. Parecía un océano inmenso y oscuro, y ellos, dos náufragos en una balsa a la deriva.
—Nos ha estado usando desde el principio —dijo Florencio, su voz era un murmullo ronco, la de un rey que ha sido superado en su propio juego—. A todos nosotros. A Mar, a Blandini, a nosotros… Somos solo peones en su tablero.
—No —respondió Selene, su voz baja pero firme. Había pasado la noche en un silencio tenso, procesando la magnitud de su propio error. La culpa por haber expulsado a Mar, por