114. El Mapa de tu Piel
El beso no fue una colisión. Fue un derrumbe. Lento, inevitable, la rendición de dos fortalezas que habían soportado demasiado asedio. Los labios de Selene se movieron sobre los de Florencio no con la furia de la batalla, sino con la curiosidad de una exploradora descubriendo un territorio nuevo y prohibido. Sabía a whisky, a café amargo, a la sal de su propia piel y, debajo de todo, a una soledad tan profunda que hacía eco con la suya.
Él no la dominó. Se dejó hacer. Por un instante, el Gobernador, el estratega, el león, abdicó. Dejó que ella guiara la danza. Sus manos, que antes la habían sujetado con la fuerza de un carcelero, ahora reposaban en su cintura con una vacilación casi temerosa, como si tuviera miedo de que un movimiento en falso pudiera hacerla desaparecer.
Selene rompió el beso lentamente, pero no se apartó. Mantuvo su frente apoyada en la de él, sus alientos mezclándose en la penumbra.
—Tenés miedo —susurró ella, y no era una acusación, sino una constatación íntima.
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