089. Cómo Cuidar a un Monstruo Herido
Florencio irrumpió en la oficina como una fuerza de la naturaleza, el fusil en alto, el rostro una máscara de furia y preocupación. Se detuvo en seco en el umbral, sus sentidos de soldado abrumados por la escena que tenía delante.
El aire era una sopa espesa de olores primarios: sangre fresca, el hedor almizclado de la bestia muerta, el sudor de la batalla y el perfume agrio del miedo. El suelo estaba cubierto de los restos de lo que había sido una oficina, ahora un altar de sacrificio. Y en el centro de todo, el cadáver del luisón, sus entrañas desparramadas como una ofrenda grotesca.
Pero sus ojos no se detuvieron en el monstruo muerto. Se clavaron en ella.
Selene estaba sentada en el suelo, con la espalda apoyada en la pared. Estaba cubierta de sangre, la navaja a un lado, los colmillos-daga aún en sus manos laxas. Su pecho subía y bajaba con una respiración agitada. No estaba herida físicamente, él lo supo al instante. Pero la mirada de sus ojos azules… estaba vacía. La guerrera