014.
Mar estaba afuera.
Oculta detrás de los arbustos que crecían junto a la cabaña, apenas protegida por la sombra de una parra descuidada. Había estado allí desde que vio entrar a Selene con una toalla. Supo lo que iba a pasar. Lo necesitaba.
La ventana del baño tenía una cortina. Pero estaba corrida. No del todo. Justo lo suficiente.
Mar se quedó quieta, casi sin respirar.
Y cuando la vio, su cuerpo reaccionó como si algo le hubiera lamido el alma.
Selene estaba de espaldas, el cabello empapado pegado a la nuca, el agua resbalándole por los muslos. Se acariciaba. No para lavarse. Para recordar que tenía cuerpo. Un cuerpo que era suyo. Un cuerpo que dolía. Un cuerpo que deseaba.
Mar se llevó la mano al pantalón, pero esta vez no se bajó la ropa. Se limitó a presionar. A sentir. A mirar.
Las piernas de Selene. Su espalda. El temblor mínimo de la cadera cuando se pasaba los dedos por el vientre.
Y luego la vio apoyarse contra la pared. Los dedos bajaron. Ella los guió entre las piernas. El