011. La Loba Herida y el León Dormido
La luz se filtró primero por sus párpados, un gris pálido y hostil que no prometía consuelo. Selene despertó despacio, arrastrada desde un pozo de fiebre y pesadillas sin forma. La conciencia regresaba a su cuerpo magullado a regañones, como una marea lenta que trae a la orilla los restos de un naufragio. Abrió los ojos y parpadeó. El techo bajo y oscuro, hecho de vigas de madera carcomida, no le era familiar. El aire olía a ceniza fría y a encierro, un aroma a tumba seca. Y a él. Olía a él.
Un movimiento.
Giró la cabeza con un esfuerzo que le arrancó un gemido sordo. La herida en su costado era una brasa viva, un recordatorio constante del veneno que corría por sus venas.
Y lo vio.
Florencio Lombardi.
Estaba sentado en la silla, reclinado con una extraña y felina gracia, los brazos cruzados sobre el pecho. El fusil de asalto descansaba a su lado, frío y letal. Dormía. O eso parecía. El pelo rubio, esa melena indomable, le caía desordenado sobre la frente, suavizando la dureza ha