La noche en la cabaña se espesaba como alquitrán. No era un silencio quieto. Era un silencio expectante, cargado, casi animal. Selene no lograba dormir.Estaba tendida en una cama que no le pertenecía, con sábanas ásperas que olían a hombre y madera vieja. Afuera, el crujido ocasional de las ramas se mezclaba con el siseo lejano del mar. La chimenea crepitaba en la sala contigua. Sabía que Florencio estaba despierto también. Lo sentía. Como un calor al otro lado del muro. Como si su aliento fuera suficiente para encenderla incluso sin tocarla.Se revolvió entre las sábanas. La camisa blanca que él le había prestado se le pegaba al cuerpo. No llevaba ropa interior. La tela le rozaba los pezones endurecidos. Cada roce era un estímulo involuntario, inevitable. Su cuerpo estaba en alerta, pero no por miedo.Era algo más primitivo.Deseo contenido. Furia convertida en tensión. Un llamado que nacía desde adentro y que ni siquiera la luna podía explicar.Se levantó, descalza, y caminó hasta
A la mañana siguiente, el mar estaba calmo, pero el cielo seguía plomizo. Florencio despertó con el cuerpo tenso y la mente agitada.Soñó con Selene. Soñó que se transformaba. Que lo montaba como una loba. Que le arrancaba el pecho con las uñas.Y aún así, él acababa dentro de ella. Gritando su nombre. Gozando el peligro.🌑 🌊 🐾Selene estaba ya vestida cuando él salió al comedor.Leía un libro. No parecía haber dormido.—Voy a salir —dijo ella.—¿A dónde?—A buscar lo que perdí.—¿Qué?—Parte de mí.—¿Querés que te acompañe?—No.Florencio se acercó.—¿Y si no volvés?—Entonces vas a tener que cazarme.Ella salió. Cerró la puerta con un empujón suave.Florencio quedó inmóvil, con el deseo colgándole del cuerpo como una pregunta sin responder.🌑 🌊 🐾Mar la siguió.A distancia.Como una sombra. Como una perra fiel. Como una mujer enamorada hasta lo enfermo.La observó caminar por la playa, meterse entre las piedras, agacharse y tocar la tierra. La vio llorar en silencio. La vio sa
Mar estaba afuera.Oculta detrás de los arbustos que crecían junto a la cabaña, apenas protegida por la sombra de una parra descuidada. Había estado allí desde que vio entrar a Selene con una toalla. Supo lo que iba a pasar. Lo necesitaba.La ventana del baño tenía una cortina. Pero estaba corrida. No del todo. Justo lo suficiente.Mar se quedó quieta, casi sin respirar.Y cuando la vio, su cuerpo reaccionó como si algo le hubiera lamido el alma.Selene estaba de espaldas, el cabello empapado pegado a la nuca, el agua resbalándole por los muslos. Se acariciaba. No para lavarse. Para recordar que tenía cuerpo. Un cuerpo que era suyo. Un cuerpo que dolía. Un cuerpo que deseaba.Mar se llevó la mano al pantalón, pero esta vez no se bajó la ropa. Se limitó a presionar. A sentir. A mirar.Las piernas de Selene. Su espalda. El temblor mínimo de la cadera cuando se pasaba los dedos por el vientre.Y luego la vio apoyarse contra la pared. Los dedos bajaron. Ella los guió entre las piernas. El
Selene salió del baño vestida con una bata que había encontrado colgada detrás de la puerta. Se la ajustó apenas. No tenía ropa interior. No tenía nada debajo. Pero se sentía segura. Se sentía despierta.Y hambrienta.Bajó las escaleras y lo vio en el comedor.Florencio estaba de pie, con el libro en la mano. La miró como si hubiera leído su cuerpo entero en esas páginas.—Tenemos que hablar —dijo él.—¿De qué?—De vos.—¿Estás seguro de querer saber?—No. Pero necesito.Selene se acercó. Se apoyó contra la mesa. La bata se abrió apenas. Un muslo quedó expuesto.Florencio la miró. Después, la apartó con la mirada. Intentó ser correcto. No pudo.—No sos normal.—¿Y vos sí?—Tenés algo…—¿Algo como qué?—Algo que me hace desearte aunque todo mi instinto me dice que debería matarte.Silencio.Ella se acercó más. Apoyó las manos sobre el libro. Lo cerró.—¿Y si te dijera que ese instinto no está equivocado?—¿Estás confesando algo?—Estoy seduciéndote.Florencio tragó saliva.—¿Por qué?—
La luna no era blanca.Estaba roja. Sucia. Como si la hubiesen arrastrado por el barro de una historia prohibida y ahora colgara sobre el cielo de Mar del Plata como una amenaza personal. Mordía la oscuridad con su filo plateado, turbio, y bajo su luz enferma todo se movía distinto. El viento olía a sal, a madera vieja y a cosas que preferían no ser nombradas. Las olas rompían contra los acantilados como advertencias que solo algunos sabían escuchar.Selene Maris no necesitaba mirar al cielo para sentirlo. La luna le raspaba la sangre, le mordía los huesos. Le hablaba en un idioma antiguo que entendía con el cuerpo entero.Se arrodilló junto a la fogata enclenque que resistía las ráfagas del mar. El resplandor anaranjado le dibujaba destellos sobre la piel pálida, sobre su cabello tan negro que a veces parecía azul. Detrás de ella, Romi y Abril se reían entre vino barato y chismes de ciudad, despreocupadas. Solo Mar D’Argenti no se reía. Estaba apartada, con una botella en la mano y e
La sangre mojaba la tierra. El viento traía consigo un aullido de garganta rota, deshaciéndose entre los árboles. La luna roja colgaba baja, sucia, como un testigo impúdico.Selene Maris no era del todo humana cuando abrió los ojos.La penumbra era densa, cortada por un haz de linterna que le quemó la retina. Entornó los párpados. El cuerpo dolía. La carne entre medias formas se contraía, buscando memoria.Y una voz, grave y seca, como una orden, la arrastró de nuevo hacia la superficie.Tardó en enfocar.Ahí estaba.El hombre. Fusil en mano. Pelo rubio revuelto como una melena de león, saco oscuro manchado de tierra, camisa blanca salpicada de sangre, un anillo grueso de oro brillando sucio en la penumbra. Y esos ojos verdes… fríos, atentos, como los de un animal viejo.Florencio Lombardi.El candidato más joven a presidente de la Nación. El maldito político al que todo el país amaba odiar. Y el que había disparado esa bala.Selene jadeó. Apenas podía moverse.Intentó alzarse, pero l
El silencio después de la masacre era espeso.Florencio frunció el ceño. La mujer frente a él no era una víctima común. Ni una piba asustada. Tampoco parecía drogada.Había una lógica extraña en sus palabras. Una lógica que él no entendía… pero que lo excitaba sin querer.No gritaba. No lloraba. No temblaba. Eso le resultaba más extraño que cualquier otra cosa.Luna Maris, como había dicho llamarse.El cabello pegado de sudor, la herida bajo la costilla que sangraba raro, lento, como si su cuerpo se negara a descomponerse.Florencio respiró hondo.Acomodó otra bala en la recámara.Desde el bosque, los aullidos se multiplicaban.—Quedan más —murmuró para sí, y se agachó junto a uno de los cuerpos.El animal —porque para él eso era, un animal enorme y deforme— aún jadeaba. Las patas parecían humanas, pero Florencio no se detuvo a buscar explicación. No creía en esas cosas. Solo en lo que sangra y se puede matar.—No vas a hacerme perder el sueño —dijo.Y disparó.El cráneo estalló en ca
La camioneta avanzaba como un animal cansado por el camino de tierra, tragándose la niebla densa de la noche cerrada. Florencio manejaba en silencio, los nudillos tensos sobre el volante, el motor grave como un ronquido sordo en medio de la nada.Selene intentó moverse, pero un tirón en el costado le arrancó un jadeo contenido.—No hagas fuerza —dijo él, sin apartar la vista del frente.Un zorro cruzó la ruta y desapareció entre los arbustos. La camioneta se detuvo en mitad de la nada. No había luces. Ni carteles. Solo la luna colgada, pálida, como un farol enfermo.Un pozo en el camino la sacudió de golpe. Selene despertó sobresaltada cuando las ruedas mordieron el bache. El ardor en su costado era profundo, pegajoso. Sabía qué era. Lo sabía desde el instante en que sintió el metal dentro, pero no podía nombrarlo. No ahora.🌑 🌊 🐾Florencio bajó primero. Caminó hasta una verja oxidada y la forzó con un empujón de cadera. El chirrido metálico sonó como un quejido de abandono. Detrás