El sol apenas despuntaba por el horizonte cuando los primeros rayos bañaron el dormitorio de Elena. Las cortinas entreabiertas dejaban filtrar una luz cálida, dorada, que acariciaba su piel desnuda. Se desperezó en silencio, cuidando no despertar a Dorian, quien yacía a su lado, dormido profundamente, una expresión serena en su rostro. Su pecho subía y bajaba con un ritmo acompasado que a ella le transmitía una extraña calma.
Se deslizó fuera de la cama sin hacer ruido y caminó descalza hasta el baño. El agua caliente comenzó a caer como una lluvia acogedora, y Elena se dejó envolver por el vapor, cerró los ojos, dejó que el agua corriera por su cuerpo, llevándose los pensamientos, limpiando las dudas que aún anidaban en ella. Pero era imposible no pensar en él. En Dorian. En todo lo que habían vivido, en todo lo que aún querían explorar.
Se enjabonaba los brazos cuando sintió un cambio en la temperatura del ambiente, una presencia detrás de ella. Se giró levemente y allí estaba él, c