No había recibido ningún mensaje de Isolde.
Y eso, para mí, era un suplicio.
La última vez que la vi me dejó con el cuerpo y la mente incendiados, cada músculo, cada pensamiento, cada maldito sueño de la semana estuvo teñido de su olor, de su voz, de su forma de dominarme.
No me había escrito… pero yo fui.
No podía no hacerlo.
Era como si algo en mi interior tirara de una cadena invisible que me conducía siempre al mismo lugar: el club.
Al entrar, el ambiente me golpeó como siempre, luces bajas, música grave, conversaciones susurradas, el aroma a cuero y perfume caro flotando en el aire. Pero esa noche… había algo distinto. La atención de todos estaba dirigida hacia el escenario principal.
Fue entonces cuando la vi.
Y el aire se volvió pesado.
La cama iluminada en medio del escenario parecía sacada de una fantasía prohibida. Sábanas negras, luces rojas bañando la escena. Sobre ella, una joven estaba atada de pies y manos, completamente expuesta. No era yo el que estaba atado esta vez,