Elena no sabía cuánto tiempo llevaba esperando.
Estaba de pie, completamente desnuda, en medio de la habitación oscura que olía a cuero, incienso y anticipación.
Las luces eran suaves, casi como una caricia, pero no aliviaban la tensión que se acumulaba en su pecho desde que había recibido la instrucción.
“No intentes tocarme esta noche. Solo recibirás. Solo sentirás. Solo obedecerás.”
Dorian la había dejado sola por unos minutos que se sintieron eternos.
Cuando la puerta se abrió, su respiración se aceleró.
Él apareció como una sombra de seda y peligro. Vestía únicamente pantalones negros de cuero, su torso desnudo reflejaba la luz cálida del entorno, y en sus manos llevaba un conjunto de cuerdas japonesas de cáñamo rojo.
—Has aprendido a obedecer, Elena. Hoy, aprenderás a rendirte del todo.--- dijo Dorian
El tono de su voz era como un anzuelo directo al centro de su deseo.
—Sí, Señor —respondió ella, bajando la mirada por reflejo, aunque sabía que esa noche ni siq