Elena no solía sentirse insegura.
Desde que Dorian la había arrastrado a su mundo, sus emociones parecían tan atadas como su cuerpo en cada juego.
Controladas, reguladas, entregadas.
Pero esa noche… todo ardía.
Apoyada contra la barra del club, con una copa en la mano que no lograba enfriar su sangre, observaba.
Dorian no la había buscado desde su llegada.
Ni una mirada.
Ni un gesto.
Solo esa sonrisa cruel, esa misma con la que solía desnudarla con los ojos, dirigida… a otra.
Una pelirroja despampanante, de curvas desafiantes y una actitud que gritaba “yo pertenezco aquí”.
Y peor aún, Dorian la escuchaba, le hablaba al oído, sonreía con ella.
—¿Te molesta? —susurró una voz familiar detrás de Elena.
Odelia.
Apenas rozó su hombro con los dedos y Elena se tensó.
—No me importa —mintió, bajando la mirada hacia su copa.
—Claro… y por eso tus uñas están marcando el cristal.--- dijo Odelia su tono sarcástico
Elena giró el rostro, Odelia estaba preciosa, vestía un corset negro de encaje, una