Elena desrtó con una sensación cálida en la piel, con el cuerpo aún adormecido por el placer de la noche anterior. Algo la rodeaba, un peso firme en su cintura. Al girarse, se encontró con la silueta de David, medio cubierto por las sábanas, su rostro apacible, el cabello desordenado como si el deseo lo hubiese despeinado por dentro y por fuera.
Sus pestañas oscuras rozaban sus mejillas, sus labios estaban entreabiertos, y su respiración era profunda, tranquila, como si en ese instante, el mundo no existiera más allá del colchón en el que yacían.
Elena suspiró en silencio, sabía que esa escena podía parecer idílica, tierna incluso, pero no era parte de su plan, no debía serlo.
Intentó zafarse del abrazo que David mantenía sobre su cintura, con cuidado, como quien teme despertar a una criatura dormida. Pero justo cuando iba a liberarse, él la apretó más fuerte, como si su cuerpo supiera que quería huir.
—Buenos días —murmuró David con voz ronca, aún con los ojos cerrados.
—Buenos, no d