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Capítulo 22 — El Comienzo de la Huida

Ivy

No puedo dormir.

Cada noche, es la misma caída. Un abismo sin fin donde me pierdo, donde me entrego sin pudor, sin control.

Están ahí. Kylan, Lysander, Orion. Siempre. Como si hubieran invadido mis sueños, tejido sus cadenas en mi inconsciente. Me abrazan, me besan, me devoran. Sus garras deslizan sobre mi piel desnuda, sus colmillos muerden mi carne hasta que me arqueo, ofrecida, consumida.

Despierto empapada en sudor, las sábanas pegadas a mi cuerpo tembloroso. Mi respiración es errática, mi entrepierna húmeda de un placer que me da vergüenza. ¿Lo peor? Aún siento sus manos sobre mí. Su olor en mi piel. Y esas marcas… esas raspaduras bien reales en mis caderas, esos moretones en el hueco de mis senos.

Paso mis dedos sobre ellas, helada. Ya no son simples sueños. Me tocan. De una manera u otra, cruzan la frontera de lo real.

Y por la mañana, me observan. Los tres. Con esa chispa en los ojos. Como si supieran. Como si hubieran estado ahí.

Lo sé ahora. Tienen acceso a mis sueños. A mis deseos. Juegan con ellos.

Y me vuelvo loca.

No puedo más de despertarme temblando, de sentir que mi propio cuerpo me traiciona. No puedo más de desearlos, de gritar sus nombres en la oscuridad mientras ellos duermen plácidamente en la habitación de al lado.

Esa mañana, me miro en el espejo. Mis ojeras están marcadas, mis labios hinchados por las mordeduras invisibles de la noche. Ya no me reconozco.

Bajo la mirada, avergonzada. No soy más que una muñeca rota. Su cosa.

Entonces tomo mi decisión.

Debo huir.

Debo salir de este lugar antes de que no pueda hacerlo nunca más.

Mis dedos tiemblan mientras agarro ropa. Una camisa, un pantalón demasiado grande. Nada lo suficientemente cálido, nada lo suficientemente sólido para enfrentar el bosque. Pero no me importa. Debo irme.

La mansión está silenciosa. Demasiado silenciosa. Como si supieran. Como si me dejaran hacer.

Bajo las escaleras, el corazón latiendo. Cada crujido de la madera me da la impresión de que van a aparecer, a retenerme, a castigarme.

Pero no.

La puerta se abre con un chirrido siniestro. El viento frío me abofetea, me recuerda que aún soy libre. Por unos segundos, tal vez.

Corro.

Me adentro en el bosque sin aliento. Mis pies resbalan sobre el musgo, mis manos se raspan contra las ramas. No importa. El dolor es real. Me mantiene viva.

Con la respiración entrecortada, me doy la vuelta una vez. La mansión ya no es más que una sombra detrás de mí.

Estoy sola.

Finalmente.

Pero el bosque es inmenso. Desconocido. El territorio les pertenece. Pueden encontrarme con un chasquido de dedos. Lo sé. Pero necesito intentarlo.

Corro hasta que mis piernas ceden. Hasta desplomarme contra un tronco de árbol, los pulmones en llamas.

Y es entonces cuando las visiones regresan. Violentas. Implacables.

Sus manos sobre mi cuerpo. Sus labios sobre mi piel. Kylan tomándome contra la pared, brutal. Lysander haciéndome alcanzar el clímax con solo una mirada. Orion susurrándome palabras de amor mientras me posee hasta que pierdo la razón.

Gimo, incapaz de alejar esas imágenes. Mis dedos se clavan en la tierra, pero nada funciona.

Están ahí, en mi cabeza. En mi sangre. En mi carne.

Sollozo, la cabeza entre los brazos.

Quiero volver a ser yo. Volver a ser humana.

Pero la verdad me golpea. Es demasiado tarde.

Soy de ellos.

Incluso si corro hasta que mi corazón explote. Incluso si atravieso el bosque, el mar o el mundo entero.

Ellos me devolverán.

Ya no soy libre.

Estoy marcada. Atada. A ellos.

Y ni siquiera sé si realmente quiero escapar de ellos…

La noche me engulle. Huyo, sin rumbo, sin dirección. Solo huir. Alejarme de ellos, de sus olores, de sus miradas ardientes que aún me atormentan.

Sus marcas están ahí, en mi piel, bajo mi carne. Su huella grabada hasta en mis huesos. Y, sin embargo, corro. Como si pudiera borrar lo que han hecho de mí.

Lyam. Kael. Soren.

Sus nombres resuenan en mi cabeza, obsesivos, hipnóticos. Cada recuerdo de sus manos sobre mi cuerpo me desgarra y me embriaga en el mismo suspiro.

Me adentro más en el bosque. Sus tierras. Su reino. El territorio de los alfas.

Tiemblan. De frío. De necesidad.

Porque la verdad me carcome: no es solo el miedo lo que me empuja a huir. Es esa quemazón en el fondo del estómago. Esa necesidad salvaje que han despertado en mí.

Mis sueños no son más que eso… Visiones de ellos. Sus cuerpos entrelazados con el mío. Su piel contra la mía. Sus susurros posesivos.

Despierto gimiendo, el cuerpo en llamas, las sábanas empapadas en sudor y deseo.

Ya no me reconozco.

Entonces corro. Hasta desplomarme.

---

Lyam

— Ella se ha escapado.

Mi voz resuena en el silencio. La habitación entera tiembla bajo la violencia contenida de mis palabras.

Kael levanta la vista hacia mí, su mirada ya oscura por una rabia silenciosa.

— Imposible. No iría lejos… Sabe que no puede sobrevivir sin nosotros.

Soren, en silencio, se levanta. Su mandíbula se tensa.

— Y, sin embargo… se ha ido.

Un gruñido escapa de mi garganta. Un sonido animal, incontrolable.

— La traeremos de vuelta. Viva. Rota si es necesario. Pero no se nos escapará.

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