Demian se despertó con el sol en la cara, y lo primero que sintió fue el frío.
El calor familiar de un cuerpo enroscado al suyo había desaparecido. Abrió los ojos, buscando la figura de Valeria en las sábanas revueltas. Estaba vacía. Su mano se cerró en el aire, sintiendo la ausencia como un dolor punzante en el pecho, un órgano que él creía haber reemplazado hacía años con acero.
¿Por qué? se preguntó. Se había asegurado de castigarla, de doblegar su espíritu con la pasión más cruda y posesiva que conocía. El caos en la fiesta, el desafío de Elias, la furia de Victoria... todo eso lo había purgado en su cuerpo. Ella debía estar agotada, rendida, durmiendo a su lado como una prisionera sumisa.
Pero se había ido.
Demian se levantó. Su cuerpo de mafioso entrenado estaba tenso, listo para la acción, pero su mente estaba en desorden. Ninguna mujer se quedaba. Y si por alguna casualidad lo hacían, él las echaba antes del amanecer. Pero Valeria... Valeria lo había dejado, y esa simple acció