CAPÍTULO 53: LA ORDEN DEL PAKHAN
Nikolai
Odio las madrugadas que huelen a órdenes. Hay algo en la forma en que suena mi celular—ese tono especial que solo usa mi padre—que me indica que esta noche no voy a dormir tranquilo. Y sí, cuando veo en la pantalla el nombre “Pakhan”, no necesito más. Lo que sea que venga, no será bueno.
Contesto sin entusiasmo, recostándome en el sillón de mi oficina, con un whisky en la mano y la corbata aflojada. La videollamada se conecta y ahí está, como una maldit4 aparición de otro siglo, en su despacho de siempre, rodeado de silencio, madera oscura y esa mirada que hace temblar a cualquiera. A cualquiera menos a mí, claro. Porque yo nací con el encanto de un dios griego y la arrogancia de un emperador ruso, una mezcla peligrosa.
—Nikolai —dice seco, sin saludos.
—¿Papá? Qué sorpresa. Pensé que habías olvidado que tienes dos hijos.
Ignora mi comentario, siempre lo hace.
—Dmitry se fue de Estados Unidos.
Mi ceja se arquea, como si la noticia me sorprendie