CAPÍTULO 3

SOFÍA

Me despierto de golpe, con una urgencia que no puedo ignorar. Maldita sea,

tengo que hacer pis. Y no un pis cualquiera, sino uno de esos que amenazan con convertirse en catástrofe nacional si no lo atiendo de inmediato.

«No deberías haber bebido tanto té, por muy bueno que estuviera», me regaño mentalmente mientras me preparo para levantarme. La abuela Rose hace un té delicioso, pero ahora estoy pagando las consecuencias. Miro el

reloj en la mesita de noche. Las dos de la madrugada. Genial. Intento moverme con sigilo, lo cual, a decir verdad, no se me da nada

bien. En Nueva York, mi torpeza nocturna solo molestaba a mis vecinos.

Aquí, en el silencio absoluto del rancho, cada paso suena como un elefante en una cacharrería.

La oscuridad es casi total. En la ciudad, siempre hay alguna luz colándose por las ventanas, pero aquí... aquí la noche es tan negra que casi

puedo sentirla pegada a mi piel. Extiendo las manos frente a mí, tanteando el aire como una mimo torpe.

Y, por supuesto, porque el universo me odia, me choco contra la esquina de algo que no logro identificar en la oscuridad. El dolor es instantáneo y agudo, como si mil agujas se clavaran en mi dedo gordo del pie.

—¡Mierda, joder, me cago en...! —una ristra de maldiciones escapa de mis labios antes de que pueda contenerme. Me agarro el pie, saltando a la pata coja, y me quedo quieta, conteniendo la respiración. Por favor, que no

haya despertado a nadie. Lo último que necesito es que la abuela Rose me encuentren así, en camiseta y haciendo el ridículo.

Es entonces cuando lo siento. Esa sensación inequívoca de que alguien está detrás de mí. Un escalofrío me recorre la espalda y, antes de que pueda pensar en ser racional o valiente, hago lo único que se me ocurre: grito

como una loca.

—¡No se mueva o disparo! —una voz profunda y autoritaria corta mi grito.

Me giro lentamente y, en la penumbra, distingo la silueta de un hombre.

Un hombre grande, musculoso, que me está apuntando con lo que parece ser un arma. Oh, Dios mío.

—Yo... yo solo quería ir al baño —balbuceo, levantando las manos en un

gesto de rendición.

—He dicho que no se mueva —repite la voz, y hay algo en su tono que me hace estremecer, y no solo de miedo.

Por un momento, nos quedamos así, mirándonos fijamente. Yo, con el corazón latiendo a mil por hora, dividida entre el miedo y una inexplicable

atracción. Él, con esa postura firme y esos ojos intensos que parecen atravesarme.

Y entonces, como si alguien hubiera encendido un foco, la luz del pasillo se enciende. Parpadeo, momentáneamente cegada, y cuando mis ojos se ajustan, casi deseo que la oscuridad vuelva. Porque lo que tengo delante es, sin duda, el hombre más atractivo que he visto en mi vida.

Alto, musculoso, pero no exageradamente, con un rostro que parece esculpido por los dioses. Tiene el pelo revuelto, como si acabara de levantarse (lo cual, probablemente, es el caso), y una barba de tres días que

le da un aire peligrosamente sexy. Va sin camisa, y juro que puedo contar cada uno de sus abdominales. ¿Es esto legal? ¿Debería haber alguna ley contra ir por ahí con ese cuerpo?

Pero lo que realmente me deja sin aliento son sus ojos. De un verde intenso, me miran con una mezcla de confusión, cautela y algo más...

¿curiosidad, tal vez?

—¿Quién demonios eres tú? —pregunta, y su voz, Dios, su voz.

Profunda, ronca, con un ligero acento sureño que hace que me tiemblen las rodillas. Si las voces pudieran acariciar, la suya sería como seda sobre piel desnuda.

Trago saliva, intentando recordar cómo se habla.

—Soy... soy Sofía. La amiga de Megan. Estoy de visita.

Su expresión cambia, pasando de la cautela a la comprensión y luego a algo que parece... ¿irritación? Pero el arma sigue firme en su mano,

apuntándome.

—No me han avisado de ninguna visita —dice, su voz aún cargada de autoridad.

Nos quedamos así, mirándonos fijamente, durante lo que parecen horas, pero probablemente sean solo segundos. La tensión en el aire es tan densa

que casi podría cortarla con un cuchillo. Una parte de mí quiere huir al baño y esconderse allí hasta que amanezca. Otra parte, una parte que no sabía que existía hasta este momento, quiere dar un paso adelante y...

—¡Luke! —la voz de la abuela Rose rompe el hechizo—. ¿Qué estás haciendo? Baja ese arma ahora mismo.

LUKE

Me despierto de golpe, alerta. Años de entrenamiento como sheriff han afinado mis sentidos. Algo no va bien. Escucho unos ruidos, seguidos de unas maldiciones ahogadas. M****a, hay alguien en la casa.

Sin pensarlo dos veces, agarro mi arma de la mesita de noche y me levanto sigilosamente. El suelo de madera cruje bajo mis pies descalzos

mientras me dirijo hacia el origen del sonido. La adrenalina corre por mis venas, agudizando cada uno de mis sentidos. He hecho esto cientos de

veces, pero nunca en mi propia casa.

Y entonces la veo.

Joder.

Hay un maldito ángel en mi casa.

La mujer más hermosa que he visto en mi jodida vida está de pie en medio del pasillo, con las manos levantadas en señal de rendición. Lleva

una camiseta holgada que se le ha deslizado por un hombro, dejando al descubierto una piel que parece de porcelana. Mis ojos siguen el recorrido

de sus piernas, jodidamente interminables, apenas cubiertas por unos shorts minúsculos.

«Concéntrate, Blackwood», me regaño mentalmente, obligándome a mantener el arma firme. Pero es difícil, joder si lo es, cuando todo lo que quiero hacer es bajar el arma y acercarme a ella.

—¿Quién demonios eres tú? —pregunto, mi voz más ronca de lo que me gustaría admitir. Intento sonar autoritario, como el sheriff que soy, pero

temo que mi voz me traicione.

Ella parpadea, sus grandes ojos marrones llenos de sorpresa y... ¿es eso admiración? No, seguro que es miedo. Tengo un arma apuntándola, por el

amor de Dios. Pero una pequeña parte de mí, una parte que intento ignorar, espera que sea admiración.

—Soy... soy Sofía —tartamudea—. La amiga de Megan. Estoy de visita.Su voz es suave, con un ligero acento que no puedo ubicar. Nueva York,

tal vez. Definitivamente no es de por aquí. ¿Qué demonios hace una chica como ella en Montana?

Antes de que pueda procesar esta información, la abuela Rose aparece,

encendiendo la luz del pasillo. La repentina luminosidad me hace parpadear, pero no aparto la mirada de la intrusa. De Sofía.

—¡Luke! —exclama la abuela—. ¿Qué estás haciendo? Baja ese arma ahora mismo.

Bajo el arma lentamente, pero no la guardo. Años de experiencia me han

enseñado a no bajar la guardia hasta estar seguro de la situación.

—Abuela, ¿qué está pasando? —pregunto, sin apartar los ojos de Sofía

—. ¿Quién es ella y por qué está aquí?

—Oh, cielos —suspira la abuela—. Ethan debió olvidar mencionártelo.

Sofía es la amiga de Megan, va a quedarse con nosotros una temporada.

Frunzo el ceño. Típico de Ethan, olvidarse de algo tan importante.

—¿Y por qué es la primera vez que oigo hablar de esto?

La abuela me mira con esa expresión suya que dice «no empieces».

—Luke, cariño, ¿por qué no vas a llamar a tu hermano mientras yo me

ocupo de nuestra invitada?

Asiento secamente y me dirijo a mi habitación, no sin antes echar una última mirada a Sofía. Está temblando ligeramente, y por un momento siento el impulso de envolverla en mis brazos para calmarla. Sacudo la cabeza, alejando ese pensamiento. ¿Qué demonios me pasa?

Una vez en mi habitación, marco el número de Ethan. Contesta al tercer tono, su voz somnolienta.

—¿Luke? ¿Qué pasa? Son las... —hace una pausa, probablemente para mirar la hora— tantas de la mañana.

—Eso me pregunto yo, hermanito —gruño—. ¿Te importaría explicarme por qué hay una desconocida en nuestra casa?

—Oh, m****a —murmura Ethan—. Sofía. Me olvidé por completo de decírtelo.

—No me digas —respondo, el sarcasmo goteando de cada palabra—.

Casi le disparo, Ethan. ¿Tienes idea de lo que podría haber pasado?

—Lo siento, Luke —dice, y puedo oír la culpabilidad en su voz—. Con todos los preparativos de la boda, se me fue completamente de la cabeza.

Megan me lo recordó esta noche, pero pensé que podía esperar hasta

mañana para decírtelo.

Suspiro, pasándome una mano por el pelo.

—Bien, ya está hecho. Pero la próxima vez que invites a alguien a quedarse en nuestra casa, apreciaría que me lo dijeras con antelación.

—Claro, por supuesto —asiente Ethan—. Oye, ya que estamos... hay algo más que deberías saber.

Oh, genial. Más sorpresas.

—Suéltalo —digo, preparándome para lo peor.

—Verás, Sofía es escritora. Está aquí para inspirarse para su próximo libro. Y pensamos... bueno, Megan y yo pensamos que sería una buena idea si tú fueras su acompañante mientras está aquí. Ya sabes, mostrarle cómo es

el día a día de un sheriff.

Me quedo en silencio durante unos segundos, procesando lo que acaba de decir. Cuando por fin encuentro mi voz, es para soltar un rotundo:

—Ni de coña.

—Vamos, Luke —insiste Ethan—. Solo serán unas semanas. Además, te vendría bien algo de compañía.

—No necesito compañía —gruño—. Y definitivamente no necesito a una escritora de ciudad siguiéndome a todas partes.

—Luke... —empieza Ethan, pero lo corto.

—He dicho que no, Ethan. Búscale otro guía. Yo tengo trabajo que hacer.

Y con eso, cuelgo. Sé que no es justo descargar mi frustración en Ethan, pero toda esta situación me tiene al límite.

Me tumbo en la cama, pero el sueño no llega. Todo en lo que puedo pensar es en ella. En Sofía. En sus ojos grandes y asustados. En su piel

suave. En esas piernas que parecen no tener fin. En cómo se veía bajo la luz

tenue del pasillo, como una aparición.

Joder.

¿Cómo esperan que esté cerca de ella sin volverme loco? ¿Sin querer tocarla, abrazarla, besarla hasta que ambos nos quedemos sin aliento? No. Ni siquiera voy a ir por ahí. Es la amiga de Megan. Una invitada.

Probablemente una chica de ciudad que no aguantará ni un día en Montana.

Seguro que está acostumbrada a cafés de lujo y fiestas elegantes, no a perseguir a animales por el bosque o lidiar con borrachos en el bar local.Me doy la vuelta, hundiendo la cara en la almohada. Mañana. Mañana me ocuparé de todo esto. Hablaré con la abuela, le explicaré que no puedo

ser el guía de Sofía. Encontraremos otra solución. Tal vez Oliver pueda hacerlo. Sí, eso sería perfecto. Oliver es joven, soltero, probablemente

estaría encantado de pasar tiempo con una chica guapa de la ciudad.

Pero incluso mientras pienso en esto, una parte de mí se rebela ante la idea de Oliver cerca de Sofía. De cualquier hombre cerca de Sofía, en

realidad.

Gruño de frustración. ¿Qué demonios me pasa? Ni siquiera la conozco.

Solo la he visto una vez, por el amor de Dios. Y la estaba apuntando con un arma.

Cierro los ojos, intentando forzarme a dormir. Pero cada vez que los cierro, la veo a ella. Sofía. La pequeña ladrona que ha irrumpido no solo en

mi casa, sino también en mis pensamientos.

Joder. Como si mi vida no fuera ya lo suficientemente complicada.

Mañana. Mañana lo arreglaré todo. Me mantendré alejado de ella, me

centraré en mi trabajo, y en unas semanas todo volverá a la normalidad.

Pero incluso mientras me digo esto, sé que es una mentira. Porque algo

me dice que Sofía no es el tipo de mujer que se olvida fácilmente. Y yo no soy el tipo de hombre que deja pasar un desafío.

Vaya m****a de noche. Y algo me dice que los próximos días no van a ser mucho mejores.

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